miércoles, 24 de diciembre de 2014

Invierno cromático. Parte 4: Amarillo del alba.

Corría hacia casa pero apenas pasé una cuadra cuando se atravesó frente a mí una motocicleta que casi me atropella. Mi corazón saltó muy fuerte, pero cuando frenó me dijo una suave voz. -¿A dónde vas con tanta prisa? –Merlina me miró y me volvió a guiñar un ojo -No tienes idea de lo que me acaba de pasar –le dije –Ven, sube y daremos un pequeño paseo, ya me contarás tus aventuras –sin pensarlo le hice caso antes de que alguno de los ladrones de juguetes llegara corriendo tras de mí. Si puedo decir que existió algo mágico en esa madrugada sin duda fue ese momento, estuvimos dando algunas vueltas en la moto. Hacíamos repentinas paradas mientras le contaba la aventura con los ladrones de juguetes, Merlina solo se reía y meneaba la cabeza. Mis embrollos navideños le parecían graciosos pero a la vez me miraba como un chico muy aventado, eso en ocasiones atrae al sexo opuesto. Después de platicar sobre lo sucedido vimos el amanecer tomando cafés de una máquina, yo preferí tomar un té para evitar más irritación en el estómago de la que ya traía. -Solo las personas aburridas toman té, Armando –me dijo con tono de burla. -Claro y las intelectuales presumidas solo toman café -le respondí también entre risas mientras jugaba a desacomodarle los lentes. Después de contemplar el amarillo que pintaba el amanecer, justo a las seis y cuarto de la mañana me dijo que era hora de que cada quien estuviera con su familia. Así que subimos a la moto y me fue a dejar a mi casa. Al dejarme en mi puerta me dio un papel en donde había anotado su número celular. -Llámame –hizo señas con su mano y me guiñó una vez más el ojo. Arrancó en su moto y se perdió en el amarillo del alba como un ser de luz. Entré a mi casa de nuevo sin hacer ruido, estaba exhausto. Creo que había sido la Noche Buena y Navidad más intensas que había vivido. Me dirigía a mi cuarto, el cual compartía con Luís, y al abrir la puerta me encontré con algo inesperado, a un lado de la cama de mi hermano había un muñeco de Neutro Man en su caja con un moño color verde. El momento fue como un destello de luz, pues en ese momento Luís estaba despertando y al ver su regalo gritó de emoción y se abalanzó sobre él. Estoy seguro que apreciaba a su juguete como ningún otro niño en la tierra. -Te lo dije Luís, debías tener fe e ilusión, ¡feliz Navidad! –dijo la voz de mi madre detrás de mí. Yo volteé a verla con una sonrisa inevitable pero a la vez con una seña de que necesitaba una explicación. Ella esperó a que mi hermanito abriera su regalo y comenzara a jugar feliz con él. Salimos del cuarto hacia la mesa del comedor y me explicó todo en voz baja. -Gracias a que llegaste con los doscientos cincuenta que te pagaron en el café, me ayudó mucho a completar para el regalo de tu hermano. Poco después de que te fuiste enojado tomé lo que había ahorrado y fui a La Gran Juguetería para comprar el muñeco. –en ese momento sentí un escalofrío al imaginar que mi mamá pudo haberme visto robando los juguetes o peor, me pudo haber visto detenido por la policía. Pero al parecer no fue testigo de ningún acto, ni del misterioso violinista que me salvó. En eso alguien tocó la puerta muy fuerte, mi corazón latió rápido. Los ladrones de juguetes pudieron haber localizado mi hogar y eso arruinaría el momento mágico. Mi mamá notó mi cara de miedo, pero la tranquilicé y le dije que yo abría, estaba dispuesto a salir y agarrarme a golpes con los rufianes. ¿Cómo pudo haber sido posible que encontraran mi casa?, ¿apoco nos habrán seguido el rastro a mí y a Merlina hasta dar conmigo?, o ¿ella habrá sido quien les dio mi ubicación? En ese momento me corrían muchas ideas por la cabeza mientras el corazón me latía cada vez más fuerte. Abrí de golpe la puerta dispuesto a pegarle al primero que estuviera en frente.
Para mi sorpresa no había nadie, volteé a todos lados, pero no había rastro de ningún maleante, policía o cualquier persona. De pronto sentí a mis pies una caja, vi hacia abajo y en efecto había una caja de regalo azul en el suelo frente a mí. Me desconcertó ver eso, dudando la tomé. Abrí la tapa y lo primero que vi fue una nota que decía lo siguiente: "Querido Armando. Has sido un joven demasiado bueno esta Navidad, tú más que nadie compendió hoy el verdadero significado de estas fechas. El esforzarte y darlo todo para traer luz a los tuyos, es el gesto central de la navidad. Y por si fuera poco al final tomaste una decisión correcta e hiciste feliz a más personas. Por eso, espero que este regalo te guste, pues te lo has ganado. Es momento de que dejes de ser el ente gris que crees ser, para que llenes de color tu vida. Nunca arrojes tus sueños por la borda, pues un hombre sin sueños es un hombre muerto. Atentamente: Santa Claus." Al terminar de leer la carta me pareció escuchar un sonido similar a un trineo que se alejaba por el cielo, no vi nada en concreto pero si estoy seguro de haberlo escuchado. Volteé hacia adentro de la caja de regalo y estaba la caja de colores profesionales que tanto deseaba, la caja de colores que veía tan lejana y que ahora estaba en mis manos. Junto a ella un par de lápices nuevos, mis ojos se llenaron de lágrimas. En verdad no podía creerlo, era un momento a solas con mi felicidad, pero logré ver de reojo a mi mamá con una sonrisa. ¿Habría sido ella quien comprara ese regalo? -Mamá, ¿fuiste tú? –no podía hablar bien por la conmoción, solo le mostré la carta. -No, ahí dice en la carta, Armando. Te visitó Santa Claus –respondió sin quitar la sonrisa. Hasta la fecha nunca me ha quedado claro quién me hizo tal regalo, en parte pudo haber sido mi mamá con esfuerzo extra y con muchos ahorros, pero ¿cómo sabría ella que eso era lo que más quería?, ¿cómo pudo saber que tomé una decisión correcta esa madrugada? Y, sobre todo, ¿quién pudo haber tocado la puerta, además el extraño sonido similar al de un trineo? En verdad que no he podido encontrar explicaciones lógicas a todo esto. Pero puedo asegurar que esa fue la Navidad que definió el rumbo de mi vida y la Navidad en donde recuperé el color en mí. A partir de ese día dibujé tanto como pude. Pronto comencé por vender dibujos propios y hacer algunos encargos que poco a poco aumentaron. Permanecí un poco más de tiempo en la preparatoria, pero pronto con ahorros y con las ganancias de mis dibujos logré juntar para estudiar la carrera en Diseño Gráfico. Mi negocio de dibujos creció cada vez más y con los conocimientos de la licenciatura fui perfeccionando mi técnica. Hoy después de años soy uno de los ilustradores más reconocidos del país, con el tiempo pude darle una mejor casa a mi mamá e impulsé con sueños a Luís para que hiciera una carrera y destacara en ello, le enseñé a soñar que es lo más importante para sobre salir en esta vida, así fue como él decidió estudiar Biología y ahora se encuentra cursando la maestría. Se preguntarán que si para completar este final feliz me casé con Merlina. No, lamento desilusionarlos, solo salimos durante algún tiempo y después cada uno siguió con su vida, eso sí, hasta la fecha seguimos manteniendo el contacto para saludarnos de vez en cuando. Ella se volvió escritora y vive en Europa, de cierto modo nunca olvidó esa noche buena y el amanecer de la Navidad conmigo, incluso asegura que por algún motivo esos instantes le sirvieron para reflexionar sobre su trato familiar. Hasta el día de hoy conservo la misteriosa carta de Santa Claus como evidencia de que la magia existe, sus palabras siempre están presentes conmigo; “Nunca tires tus sueños por la borda pues un hombre sin sueños es un hombre muerto”.

Invierno cromático. Parte 3: El ladrón rojo.

De regreso a casa me topé con un trío de hombres que no tenían un aspecto confiable, los tres vestían con chamarras gruesas, uno color azul, otro de amarillo y otro color rojo. Lo que me faltaba esa noche era que me asaltara ese trío de maleantes, sin embargo pasé desapercibido. De pronto, escuché algo que me pareció un tanto interesante. Los hombres planeaban entrar por atrás de la bodega de La Gran Juguetería y robar los últimos muñecos de Neutro Man para venderlos más caros en el transcurso de Navidad y el seis de enero, Día de Reyes. Era el negocio perfecto, pues el muñeco del súper héroe incrementaría su precio en el mercado a partir de la mañana del veinticinco. De momento tenía mucho frío y doscientos cincuenta miserables pesos en la bolsa, debía llegar para dormir aunque no tenía nada de sueño, más bien tenía dolor de estómago, demasiadas emociones fuertes habían recaído sobre mí. Al llegar a casa en medio del silencio absoluto llegué a la mesa del comedor, había una nota que decía “Te queremos Armando”. No sabía que sentir en ese momento pero me invadió una idea desesperada. Dejé mis doscientos cincuenta sobre el recado, fui al botiquín en el baño a tomar una pastilla para el dolor, sin hacer el menor ruido, tomé de mi cuarto otro par de guantes y una bufanda, esta vez de eran de tonos negros como mis pensamientos en esos instantes. Estaba decidido a ayudar a los ladrones. La Gran Juguetería no estaba lejos de mi casa, por mucho a unas cuatro cuadras y atravesando el puente del río. Lo mejor era correr hacia allá y encontrármelos afuera de la bodega para proponerles mi ayuda. Salí de casa sin hacer ruido y corrí en la espesa negrura de las 2 am. Atravesé las cuatro cuadras y el puente para llegar y de lejos pude ver a los ladrones de juguetes afuera de la bodega. Corrí hacia ellos y de manera valiente los afronté. Los dos cómplices, el de chamarra azul y el de chamarra amarilla me agarraron de golpe, así dieron paso a que el líder de chamarra roja sacara una navaja y me apuntara al cuello con el filo. Noté en su cara que le adornaba una pequeña cicatriz en la mejilla, su barba era cerrada y su cabello lacio. Para ser la cabecilla de una banda de ladrones no tenía un aspecto horrendo como solemos pensar de cualquier rufián, incluso era un galante de unos treinta, la misma edad del hipster dueño del café. -¿Por qué nos sigues maldito mocoso? –Me dijo sin quitarme el filo de la navaja. -Quiero hacer un trato con ustedes, no pude evitar escuchar sus planes y quiero ayudarles a robar los muñecos de la bodega, solo pido a cambio que me dejen llevarme uno para mi hermano –Al decir esto los tres hombres se vieron entre sí e hicieron una seña de afirmación. Los dos cómplices me soltaron dejándome caer al suelo. El líder se agachó, me agarró de la bufanda y me volvió a apuntar con la navaja, esta vez al ojo derecho. -Mira muchachito, aceptamos tu trato. Tú entras a la bodega, te llevas los muñecos de Neutro Man y nosotros te esperamos al otro lado del puente, nos das los juguetes y te llevas uno de comisión por ayudarnos. Te llevarás este costal –agarró un costal gris que le dio el cómplice de chamarra azul –aquí vas a meterlos y con estas pinzas vas a romper el candado. La maniobra no fue tan difícil como parecía a pesar del temblor de mis piernas por el miedo. Abrí el candado con las pinzas y me escurrí en la bodega. Tras la puerta al fondo se veía la luz de la tienda que aún estaba en función, La Gran Juguetería abría toda la noche del veinticuatro y madrugada del veinticinco para los padres que compran todo a la mera hora. Así que debía apresurarme antes de que los empleados o algún policía entraran a la bodega. Pronto encontré los muñecos del súper héroe, seguro solo tenían unos cinco en el mostrador y los demás se encontraban aparte. No tenía tiempo para pensar en eso, todo debía ser muy rápido. Metí los juguetes al costal y salí lo más pronto de ahí, había sido un robo perfecto, no creía que robar juguetes fuera una labor tan fácil. Al salir disimulé cerrando el candado con los guantes para no dejar huellas digitales y corrí a toda prisa para el puente, sin embargo fui sorprendido, pero no por un guardia de seguridad o algún empleado enfurecido de la juguetería. Quien me interceptó fue el excéntrico y larguirucho violinista que como fantasma salió de entre las sombra. -¿Qué haces chico? –dijo –lo vi todo, los ladrones de juguetes te usaron como su carnada perfecta, la policía de la bodega puede llegar en menos de lo que cruzas ese puente, ellos son robadores profesionales, saben cómo escaparse. Incluso cuando los veas en ese callejón en donde te esperan y ahí los sorprenden, ellos te podrían arrojar mientras huyen, tú eres solo la carnada y no van a ver por ti. Además tú no eres así, no tienes porqué rebajarte a hacer esto. Tienes un corazón bueno y cuando se tiene algo tan valioso lo menos que cabe en él son las maniobras ínfimas. Te sugiero que regreses esos juguetes antes de que la policía descubra anomalías y polizontes, si no lo haces podrías pasar Navidad y Año Nuevo en la cárcel. –Tras escuchar las palabras del violinista sentí un horrible vértigo helado. Corrí de nuevo hacia la bodega sin decirle una sola palabra al músico, abrí de nuevo el candado que ya estaba sin forjar, entré corriendo esta vez y derramé con cuidado los muñecos sobre el suelo, agarré el costal vacío y salí de la bodega volviendo a cerrar con cuidado el candado, se seguía escuchando mucho movimiento dentro de la tienda, aún había muchos papás en busca de juguetes y videojuegos para que amanecieran bajo el árbol. Al correr hacia el puente por segunda vez fui sorprendido de nuevo pero ahora si venían policías hacia mí, por poco y me orinaba del terror, me paré en seco cuando me gritaron que lo hiciera. Me preguntaron a gritos que ¿qué estaba haciendo ahí? Sin embargo en ese momento se escuchó de fondo la Danza Húngara número cinco de Brahms en el violín, bastante bien interpretada por cierto. -Dejen a mi chico en paz, él me está ayudando a recolectar dinero, señores oficiales, así que si no me van a pagar ustedes por escuchar buena música mínimo no me molesten a mi ayudante. –Dijo el violinista sin dejar de tocar e hizo que los policías retrocedieran. Cuando el peligro se había alejado el violinista siguió interpretando la Danza Húngara y me guiñó el ojo mientras me alejaba y le hacía una seña de gratitud. Al atravesar el puente intenté no acercarme al callejón, pero era demasiado tarde, el ladrón de chamarra amarilla me tomó muy brusco de los hombros y a patadas me arrojó hacia dentro del callejón. Me pude librar de los policías pero no de los ladrones, para pronto el ladrón de chamarra azul llegó y me dio un golpe en el estómago que me sacó todo el aire. Caí de manos y solo vi las botas del líder que estaban frente a mí, me esperaba lo peor. Sentí la mano del ladrón rojo que me agarró de los cabellos y me levantó la cabeza. Me dio otra patada que me tiró de espaldas y me apuntó de nuevo con la navaja. -Estúpido escuincle ya echaste a perder todo, vi desde aquí como regresaste los juguetes que ya habías logrado robar, esto no te lo perdono –Acercó la navaja de golpe, todo estaba perdido ahora, sin embargo segundos antes de que me la pudiera clavar, de arriba cayó un bote de basura que le dio justo en la cabeza. Los dos cómplices y yo volteamos hacía arriba para ver de dónde había venido él golpe. Sobre unas cajas de madera estaba el viejo vagabundo sosteniendo otro bote de basura, traía puestos los guantes y la bufanda naranjas que le había dado. -¡Corre!, muchacho, ¡corre! –gritó el viejo entre risas que mostraban una enorme boca con pocos dientes tan amarillentos como su barba desalineada. -¡Es El loco Roll! –Gritó el ladrón azul con cierto miedo. -¡Esto no es asunto tuyo viejo loco! -dijo el dirigente rojo tratando de incorporarse después de semejante golpe que había recibido en la cabeza, pero en menos de lo que amenazó al vagabundo éste le lanzó el otro bote que le dio justo en la cara, con eso logró tumbarlo por fin. -¡Qué esperas muchacho! –gritó de nuevo El loco Roll entre risas desquiciadas mientras sostenía un huacal que arrojó sobre la cabeza del ladrón amarillo. En eso tomé el gorro que el líder rojo me había quitado al levantarme de los cabellos y corrí lo más rápido que pude. El ladrón azul intentó atraparme pero algún nuevo objeto arrojado por el indigente cayó sobre su hombro, ya ni si quiera me fijé que fue lo último que el viejo loco había soltado pero me había salvado la vida.

Invierno cromático. Parte 2: Merlina y el violinista escarlata.

En el camino de repente me topé con El loco Roll, así lo llamaban en toda la ciudad. El loco Roll era un indigente que, como su nombre lo dice, estaba orate y por eso las personas lo evadían o huían de él cuándo lo veían venir. Esta vez el vagabundo no gritaba cosas en la calle ni correteaba gente como de costumbre. Estaba sentado al principio de un callejón abrazándose a sí mismo porque no soportaba el frio, temblaba y veía hacia el suelo con una mirada de increíble tristeza. Me acerqué a él y vi sus manos ya moradas. Me quité los guantes y la bufanda que llevaba, los puse sobre su brazo derecho. Yo podía sobrevivir sin guantes a diferencia del pobre viejo, pero éste volteó a verme con mirada de sorpresa y arrojó los guantes al suelo en señal de no necesitar mi ayuda. Si de por sí ya me encontraba enojado, la actitud del vagabundo me hizo enojar más. No recogí los guantes, se los dejé en el suelo por si los quería tomar y me fui de ahí casi rojo del coraje. De pronto me dio hambre y casi frente al café saqué un volován de pavo, estaba a punto de comerlo cuando en la esquina cerca del café, se escuchaba música que llamó mi atención. Un singular hombre de casi uno ochenta de alto y muy delgado, vestido con un saco escarlata, al que le faltaba algo de pelo en el centro de la cabeza, pero lo tenía largo y desaliñado, tenía barba y bigote. Su complexión lo hacía ver como un extraño muñeco o un espantapájaros. Tocaba muy bien el violín, además su melodía era muy singular. Me quedé unos instantes escuchándolo como si estuviera hipnotizado, el misterioso hombre se percató de mi presencia y me miró con expresión un tanto arrogante. -¿Se te ofrece algo, chico? –me dijo -Solo llamó mi atención su forma de tocar –le contesté tratando de hacerme el indiferente. -Si pretendes seguir oyendo mi música tendrás que pagar. -Lo siento señor, no tengo monedas pero imaginé que la música se puede apreciar por el simple hecho de hacerlo –mi tono de voz comenzó a sonar molesto, pero al ver que en su estuche de instrumento colocado en el suelo para que le dieran dinero, estaba casi vacío sentí un poco de lástima por él.
El músico clavó la mirada en mi volován y me dijo –mira chico, el veinticuatro de diciembre siempre es muy duro para mí porque casi no hay gente por las calles ni en las plazas públicas. Hoy no estoy como para tocar gratis ¿entiendes? -Pues ¿qué no celebra usted Noche Buena y Navidad, no tiene familia con quién pasar? –Le respondí. -Son cosas que no te incumben chico, y ahora como no tienes monedas con qué pagarme ya te dije que no toco de gratis así que quiero tu volován. De cierto modo no me quedó otra opción que dárselo, por más furioso que pudiera sentirme debía comprender que al igual que yo el hombre se ganaba el pan día con día. Lo que no podía tragar era que a pesar de todo pusiera su arrogancia por delante. Le di mi volován de mala gana y me seguí para entrar al café, al voltear vi que sacaba un vasito con café recién comprado y comenzó a comerse el pan con su bebida caliente. Indignado, entré al establecimiento, esperaba que aún tuvieran la vacante. Había unas dos personas con rostros tristes sentadas en diferentes mesas y al fondo un joven elegante de aspecto hipster, de unos treinta años. Estaba haciendo unas cuentas en la barra, me acerqué a él y le dije que venía por el anuncio de turno nocturno. En ese momento su expresión cambió de enojo a suspiro. -Vaya hasta que llegó alguien, ¿Cuál es su nombre? –me dijo -Armando -Mira Armando, mi café atiende las veinticuatro horas pero necesitaba a un empleado que pudiera cubrir la Noche Buena. Por obvias razones, ninguno de mis meseros podía ahora y tendría que conseguirme a un judío, budista o persona que no celebrara Navidad ¿eres acaso budista, musulmán, o algo por el estilo? -No, señor –contesté -Perfecto, da igual, tienes el puesto. Atenderás desde las diez hasta la una de la mañana que regrese y por esta ocasión cerraré de dos de la mañana hasta las nueve, no creo que haya mucha gente a esas horas –el joven me dio indicaciones y a las diez se retiró en su auto último modelo para ir a festejar con su familia. El ambiente era tan aburrido y triste que me arrepentí de no haber traído algo con que entretenerme, un libro, una libreta para dibujar o cualquier cosa. Sentía más tedio que en la preparatoria. Seguido llegaban personas solitarias a las cuales atendía, pero no eran muchas. Era extraño que hubiesen personas a las que la Navidad les era indiferente. No creo que fueran budistas o judías como dijo el dueño del café, solo eran almas taciturnas que les daba igual si era veinticuatro de diciembre, primero de enero o catorce de febrero. Los nombres en sus calendarios seguramente se reducen a dos acontecimientos, rutina y monotonía, eran seres en su mayoría melancólicos, lo más triste es que fueran personas grises como yo. De pronto, todo cambió cuando a eso de las diez y media de la noche llegó una hermosa chica, se veía de mi edad. Vestía un abrigo azul, pantalones de mezclilla entubados y boina gris. Su cabello era castaño, lacio con un mechón rosa que saltó a la vista en cuanto se quitó el gorro, usaba lentes. Me quedé pasmado ante su presencia, ¿desde cuándo los ángeles caían en los espacios tan desolados?, pensé. De prisa le di la carta y me pidió un café americano, fui a la cocina por él. Cabe aclarar que en la cocina estaba otro pobre hombre explotado y solitario que se encargaba de preparar los cafés y las bebidas. Menos mal que no me tocaba todo a mí porque me habría vuelto loco, lo único que sé preparar es una taza con unas cucharadas de café soluble o una bolsa de té en agua caliente y de ahí en fuera no tengo la menor idea sobre el extraordinario mundo cafetero. Acabado el americano de la chica regresé y la encontré leyendo, después de servirle la taza me atreví a preguntarle si me podía sentar con ella un rato, creía que iba a rechazarme o algo parecido, pero accedió muy sonriente a que la acompañara. Por la escasa clientela no habría problema que tuviera oportunidad de platicar con la interesante chica. -¿Cómo te llamas? Mi nombre es Armando -Merlina, mucho gusto – dijo sonriendo. Vaya hasta su nombre era interesante. -¿A qué te dedicas, Merlina? Veo que te gusta mucho leer. -Sí, leo los cuentos de Julio Cortázar, estudio Letras Clásicas y mi vida ha ido siempre de la mano con los libros, desde niña me encerraba en las bibliotecas y devoraba los títulos. Por lo general cargo varios en mi maleta –la abrió y efectivamente traía uno de Conan Doyle y otro de Víctor Hugo. -Y a todo esto -le pregunté de pronto -¿Qué haces fuera de tu casa en plena Noche Buena? -A veces odio tanto a los míos, verás. Vengo de una familia adinerada, pero lo que tienen en abundancia lo tienen en arrogancia y cada que nos juntamos suelen ser más una guerra de egos que una reunión familiar. Entonces no quise soportarlos y decidí salirme a donde sea pero lejos de ellos. Rondaré por la ciudad hasta el amanecer si es posible. -¿No es muy arriesgado para una dama andar sola por la noche? –advertí. -Sé cuidarme sola, no te preocupes –me dijo mientras me guiñaba un ojo –y dime, Armando ¿por qué estás fuera de tu hogar trabajando en Noche Buena? -Quise salir de casa a ganar dinero extra y traerle una Navidad digna a mi familia, quiero comprarle un muñeco de Neutro Man a mi hermano, a mi mamá no le alcanza para comprárselo. La verdad no quiero ver a mi hermano menor desilusionado. Siento que si pierde las esperanzas desde ahora crecerá con una vida gris y será un joven frustrado como yo –dije agachando la mirada. Merlina me tomó de las manos y me dijo viéndome a los ojos –Es bueno que mantengas el color en tu hermano, pero también podrás recuperar ese color para dejar de ser ese ser gris que crees ser – Durante un rato estuvimos platicando sobre ella y sus problemas familiares, sobre mis sueños frustrados de estudiar Diseño Gráfico a causa de la falta de dinero, hablamos hasta sobre la fiebre de Neutro Man. De vez en cuando me paraba para atender a algún cliente. Así nos dio la una, la hora en que el dueño regresó, para ese entonces ya todos los clientes se habían desvanecido cual sombras entre la negrura urbana y solo quedábamos Merlina, yo y el cocinero que dormía en una silla adentro. Cuando el dueño se acercó Merlina se despidió de mí dándome un beso en la mejilla y desapareció con su moto entre las calles, estaba tan impresionado que no se me ocurrió pedirle su número celular. Quise darme un gran golpe en la frente al percatarme de este horrible detalle. Pero si las cosas no podían estar peor, después de haber limpiado todas las mesas y trapeado el lugar, el dueño llegó con mi paga después de haber mandado al cocinero a su casa. La caridad enorme del dueño fue de increíbles doscientos cincuenta pesos, es decir una reverenda grosería. El dichoso muñeco de Neutro Man costaba quinientos setenta pesos, además por el tiempo que había estado al menos merecía un poco más. -Y di que te fue bien, además ¿qué esperabas Armando? Solo atendiste de diez a una, las mesas y el piso no es dinero extra, así que anda, regresa con tu familia a seguir festejando. Increíble, la peor Noche Buena de mi vida, no podía creer que la maldad de la gente se viera reflejada aún más en esa fecha. Salí y el frío era más intenso, me había arrepentido de haberle dado mis guantes y mi bufanda a El loco Roll que además de todo los tiró al suelo, si me iba rápido a mi hogar no pasaría más frío y además ahí tenía otros guantes con bufanda. Corrí hacia mi casa entre revuelcos de frustración y enojo, por más esfuerzos que hice no pude traer la Navidad a casa, ¿por qué demonios no golpee al maldito dueño del café? Le habría roto sus enormes lentes hipsters en su cara y lo haría dejado ahí tirado en medio de la madrugada sangrando de la nariz.

Invierno cromático. Parte 1: Vida gris.

Por León Cuevas. Dedicado a mi tía Pilar Pérez Cuevas.
Un día más bajo la monótona y decadente existencia proyectada en mí sombra, si les explico un poco el cómo era mi vida van a comprender por qué me rodeaba de tanta energía negativa. Mi familia era pequeña y de pocos recursos económicos, tampoco moríamos de hambre ni salíamos en las portadas de “Un Kilo de Ayuda” o demás campañas, pero sí teníamos varias limitaciones. Mi madre y yo trabajábamos, entre los dos sosteníamos los estudios de mi hermano menor, ninguno de los tres miembros comía mal. Sin embargo, a mis veintiún años, no había tenido la posibilidad económica de estudiar la carrera de Diseño Gráfico, ya que es una licenciatura que requiere mucho presupuesto y gasto en materiales. Entonces trabajaba en una preparatoria pública como capturador de datos, el nombre es solo la forma amable para designar al chacho de las secretarias amargadas y gordas que contagian desánimo hasta con un “hola”. En fin, una Navidad más se acercaba y todo era desesperante felicidad capitalista. Para mí ya daba igual esa fecha, aunque mi mamá hacía lo posible para los tres la pasáramos bien. Recién había llegado a mi trabajo y vi todos los adornos corrientes colgados, de nada servía aparentar espíritu navideño con las caras de pocos amigos que cargaban las secretarias. Comencé mi trabajo de siempre, capturar planificaciones, calificaciones y diversas listas de cientos de maestros mediocres que se tardaban en entregar las cosas de manera puntual para subirlo a la base de datos. Uno tenía que corretear para que entregaran sus oficios porque, aparte de todo, si no lo hacían, las secretarias se enojaban conmigo como si fuera el culpable. El día se hacía tedioso excepto cuando alguna alumna guapa era llamada a dirección o iba a preguntar sobre algún informe, ya me había hecho amigo de varias, de vez en cuando las invitaba a salir, me esperaban afuera de la prepa a que terminara mi turno, eso si no me detenían una hora más para subir más datos atrasados o hacer trabajos que no me correspondían. Mi hora de salida era justo a las cuatro de la tarde, pero si me encargaban trabajos extras de los que no podía repelar, llegaba a salir hasta las siete de la noche y sin siquiera probar un bocado de comida. ¿Ahora entienden por qué la amargura y la pesadumbre eran mis compañeras cotidianas? ¿cómo no querían que sintiera indiferencia ante las fechas festivas? Una Navidad más, una menos, ¿qué importa? Esa era la ruleta opaca de mi vida, la que no podía llenarse con ningún color, el color en estas épocas se compra con dinero y por eso los que batallan con él, deben aguantar una vida gris. Una tarde después de que me habían retenido hasta las cinco y media, caminaba hacia mi parada del camión, cuando en el aparador de la tienda de arte vi una hermosa caja de colores de madera profesionales. El precio, de casi mil pesos, era muy distante de mi bolsillo. Un elemento más para frustrarme en él día. Me acerqué al vidrio de la tienda y recargué mis manos como esos niños que esperan frente a los vidrios de las panaderías para que les avienten un bolillo. Me fui a casa, con el pensamiento clavado en esa hermosa caja. ¿Era mucho pedir? Lo único que hacía en mis pocos momentos libres era dibujar, solo tenía unos lápices profesionales que hace un año mi mamá me había regalado de cumpleaños con mucho esfuerzo, y ahora están por agotarse. No me arrepiento de haberles dado un buen uso, pero veo con sufrimiento como están por llegar a su fin. Si es difícil adquirir una caja de lápices profesionales, más complicado va a ser una de colores que contienen una gama extensa de hermosos tonos, eso sí podría colorear mi invierno crudo. Llegué a casa, mi familia ya había comido y mi mamá regresó a su segundo trabajo. Ella se ocupaba de intendente en una primaria por las mañanas y en las tardes como cajera de un mini súper. Mi hermano veía la tele, me acerqué a la mesa para calentar lo que me habían dejado de comida. Mientras consumía el alimento se escuchaban de fondo los especiales navideños que pasaban sin parar en la programación televisiva y de pronto comenzó el programa favorito de todos los niños en esos tiempos: Neutro Man, un súper héroe con disfraz verde y con poderes atómicos, nada novedoso, pero era el héroe de moda. Al terminar el programa se acercó Luís, mi hermano, se sentó conmigo en la mesa, había terminado de comer y estaba dibujando. Tenía un aspecto triste. -Quisiera el muñeco de Neutro Man como regalo de Santa Claus Armando –dijo recargado sobre la mesa. -No eres el único que desea algo que no puede tener –le dije de una manera fría. -Eres malo, Armando –me dijo con expresión de mala sorpresa y lo puse a hacer la tarea. Durante la semana, fue otra rutina más hacia el trabajo y de regreso a casa, lo único bueno es que era ya la última jornada para ir a vacaciones de Navidad. Por su puesto, cómo era un empleado sin licenciatura no gozaba de aguinaldo ni otras prestaciones, así que tenía que conformarme con recibir un sueldo mínimo, muy bajo. Siempre veía en el camino aquella hermosa caja de colores y me ponía triste al no poder tenerla, imaginaba las maravillas que podía hacer con esos materiales. Pero ni modo, nacen personas con suerte y otras no. Llegaron las vacaciones y con ellas el día veinticuatro de diciembre, la Noche Buena. Caminaba en dirección a casa cuando a cinco cuadras vi un café, solicitaban empleado urgente para las diez de la noche. Pensé de pronto en que podía tomar ese trabajo y juntar para comprarme mi regalo de Navidad, esa caja de colores. Me quedé parado frente al anuncio de solicitud, de pronto me vino a la mente una idea más caritativa: juntar para comprarle el muñeco de Neutro Man a Luís, pero dejé de pensar tanto y fui corriendo a casa porque la temperatura bajaba y no iba muy bien abrigado. Eran las ocho de la noche y nos reunimos a cenar, mi mamá logró comprar algo de espagueti y volovanes rellenos de pavo, no tendríamos una celebración tan ostentosa como todas las demás familias, pero la cena estaba deliciosa. Platicábamos los tres bastante a gusto hasta que mi hermano menor tuvo que arruinarlo al hablar sobre Neutro Man y preguntó a mi mamá que si Santa Claus le traería un muñeco de ese súper héroe. Mi madre me volteó a ver un instante y en su mirada vi una expresión de tristeza, era de esperarse que no le había alcanzado para el muñeco. -Mira pequeño –le dijo –a veces Santa Claus no puede llegar a las casas de todos los niños, tiene tanto trabajo que no alcanza a dejar todos los encargos en una sola noche, por eso hay Navidades en las que te llegan regalos y Navidades en las que no. Pero ten fe, esta noche verás que puedes recibir una sorpresa bonita. La bondad de mi mamá es grande, pero a veces perjudica en lugar de ayudar, el imaginar la cara de desilusión de mi hermano al no ver nada bajo el árbol fue una fotografía muy cruel en mi mente. En ese momento paré de comer y me levanté de la mesa. -Voy a tomar un trabajo nocturno que ofrecen en un café a cinco cuadras mamá, estaré toda la noche trabajando, llego para la mañana del veinticinco – dije con tono enojado. -Armando no te vayas estamos conviviendo –mi mamá se levantó de la mesa e intentó detenerme, pero rápido me puse el abrigo, un juego de guantes, gorro y bufanda color naranjas y salí a solicitar el trabajo en el café, tomé un par de volovanes, los envolví en una servilleta para comer si me daba hambre. Estaba dispuesto a ganar algo para comprar el regalo de mi hermano en La Gran Juguetería que se ubicaba cerca del centro, la cual abrían toda la noche y madrugada. Salí corriendo dispuesto a traer de algún modo la Navidad a mi casa cuando regresara al amanecer. Aunque había cometido la atrocidad de abandonar a mi propia familia en la cena de Noche Buena sin más explicación que una oportunidad de trabajo nocturno.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

La hermandad de los caídos. Segunda parte. (Misantropía vampírica III)

La hermandad de los caídos parte II. León Cuevas
(Yo iba a morir en el temor divino, pero él quería la savia de mis venas, no sé vivir y sé que soy un ángel abandonado a su soberbia. Rita Guerrero) La luz de la luna llena alumbraba el interior del sitio en ruinas, los tres familiares arrojaron a Jonathan al piso, este aún pataleaba en el suelo pero al ver el entorno se paralizó de miedo. Todos sus vecinos, amigos, Ariadne y sus familiares, estaban ahí observándolo como una parvada de buitres hambrientos, todos teñidos de tono pálido. Entre ellos también había extraños seres vestidos de negro, algunos con aspecto humano y otros con aspecto monstruoso, pero todos eran blancos como la luna. De entre ellos salió un ser más grande de tamaño, vestía una túnica opaca estilo oriental que le cubría hasta media cabeza, a pesar de que le tapaba se notaba que la criatura era calva, sus rasgos eran humanos, incluso muy finos, colgaba de su cuello una estrella de David. Él era la silueta negra que Jonathan veía cada noche, parecía muy imponente, sin duda debía ser el más poderoso de todos los presentes. -Vampiros de La hermandad, gracias por acudir esta noche –dijo la criatura alzando los brazos, sus manos eran igual de gigantescas y sus dedos muy largos. Estaba parado justo frente al niño quien de milagro no se había desmayado. ¡Vampiros! ahora todo tenía sentido para Jonathan, estaba en medio de un nido de seres que veía en las películas de terror, solo que ahora eran reales. -Yo Marcel, he sido designado por la hermandad como el líder que llevará a cabo nuestro plan, en los últimos días hemos poblado esta pequeña ciudad llamada Pachuca, desde aquí comenzará nuestra conquista. Esta noche realizaremos la primera parte del propósito, convertir a todos y cada uno de los integrantes del lugar. Así como convertí a los habitantes de esta colonia yo mismo. Una vez que todos en esta insípida ciudad sean convertidos, ellos convertirán a la gente de las regiones y municipios vecinos. Así dentro de cinco días tendremos al menos diez entidades con toda la gente convertida, suficientes para formar un ejército con el que dominaremos al país y de ahí el mundo entero. Dejaremos esta ciudad como nuestra guarida principal –Marcel volvió a extender sus brazos, miró al cielo y dijo con voz fuerte -¡Preparémonos para dar inicio a la era del vampiro! –Tras lo dicho se oyeron las aclamaciones. Jonathan miraba con miedo pero con asombro a Marcel, era un impacto muy fuerte observar a todos los vampiros pero en especial a ese que medía dos metros y tenía aspecto no de un enfermo sino de la enfermedad misma, la que contagió a sus seres amados. Los vampiros que estaban más cerca de Marcel y que lo rodeaban se veían casi tan grandes como el, posiblemente serían los que tenían cargos poderosos en la llamada hermandad. Marcel bajó su mirada y vio a Jonathan, sus penetrantes ojos se clavaron en el chico como un par de cuchillos. -¡Este niño! –Dijo señalándolo– ¡Este niño lo he elegido para ser nuestro dirigente en el día! –Después de decir eso se agachó para decirle directo a él –a ti no te convertiré en vampiro, pero tu mente estará bajo mi control y mis órdenes, tu harás lo que yo te vaya diciendo en el momento necesario. Entre algunos deberes irás reclutando a más gente que me servirá. Ustedes raza inferior, serán nuestros sirvientes y cuidarán nuestras espaldas mientras nosotros dormimos en el día… -Marcel paró de golpe cuando asignaba la maligna misión. Alzó la mirada con expresión de alerta y le dijo a otro de los vampiros que vestía una sotana –¿Sientes eso? –El vampiro de la sotana afirmó y Marcel prosiguió –Son armas y filos de plata acercándose ¿Cómo es posible… En eso irrumpió en la escena un ejército de hombres que entraron de golpe, varios por la puerta y otros bajando con cuerdas por el techo. Balas y flechas de plata salieron disparadas al instante, desintegrando a varios vampiros que apenas se habían percatado del repentino ataque. Toda la tropa estaba vestida de cuero negro y sus bocas cubiertas con paliacates y bandas. Con razón Jonathan había visto a tres de ellos planeando algo esa mañana en la colonia de al lado. Una batalla campal se formó entre vampiros y caza vampiros, Jonathan observó a Marcel emprender vuelo, el gigante le lanzó una mirada y le dijo -después vendré por ti– y escapó volando. El chico de inmediato se levantó del suelo y corrió a esconderse, estaba justo en medio de la cruzada, veía a vampiros que se deshacían hasta ser polvo y a humanos que caían muertos, algunos otros vampiros intentaban escapar volando como lo hizo Marcel pero eran alcanzados por una bala o una fleca de plata. Antes de tener el mismo destino que alguno de los combatientes, él niño se dirigió hacia una esquina para esconderse entre escombros, en eso se topó con un hombre tirado que se desangraba, fue al único de los cazadores al que pudo verle el rostro. De inmediato el hombre sacó una daga y se la entregó –defiéndete niño –fueron sus últimas palabras. Jonathan la miró, era de plata y en el mango tenía grabadas unas letras que decían “La orden del viento”. Pronto Jonathan se pegó a la pared sujetando la daga por si algún vampiro lo atacaba, en ese instante vio entrando a una figura en medio de la beligerancia que corrió desde la puerta hasta el centro de la hacienda, era una silueta vestida con sudadera de capucha negra la cual le tapaba la cara. Parecía que nadie más se había percatado de su presencia pero dos vampiros se abalanzaron sobre él, sin embargo lanzó de sus mangas un par de filos de plata y desintegró a sus atacantes, de inmediato debajo de la sudadera sacó un aerosol y sin quitarse sus guantes pintó unas enormes letras, al terminar se esfumó al mismo tiempo de que el humo del aerosol se terminaba de disipar en el aire. En ese momento los hombres anunciaron retirada, ya no había rastros de ningún vampiro vivo, el suelo estaba tapizado de polvo blanco. Los cazadores se llevaron los cadáveres de sus compañeros y se retiraron, jamás notaron la presencia del niño que aún permanecía escondido. Una vez que ya todos se habían ido solo quedó el silencio absoluto, la luna llena era la única compañera de Jonathan quien se sentía más solo que nunca. Salió con cuidado de aquel cementerio blancuzco, había perdido todo, sus padres, su hermano, Ariadne. Todos habían muerto en vida para después ser aniquilados por armas de plata. Antes de salir el chico vio en la pared del centro las letras pintadas con aerosol por aquella enigmática figura encapuchada, era un mensaje con negro que decía “Lerion manda aquí”. Jonathan tenía solo dos pistas que podrían darle respuestas, La orden del viento grabado en su daga y el nombre Lerion. Después de esa fatídica noche Jonathan vivió con su abuelo en Jalapa, solamente él pudo creerle lo sucedido. Las investigaciones jamás pudieron descifrar que pasó y el caso fue nombrado como la misteriosa desaparición de las familias de El venado, tomando a Jonathan como un único testigo pero fuera de sus facultades mentales ya que solo dio testimonios absurdos sobre una despiadada batalla. Con el tiempo el caso se fue olvidando hasta quedar como leyenda urbana, pero Jonathan estuvo obsesionado toda su adolescencia con La orden del viento y con el nombre que vio pintado. Desde los dieciséis años se enfocó en solo buscar a la orden por todo el país, le costó hasta los dieciocho encontrarlos y con ellos encontrar todas las respuestas que arrastraba. Supo que habían cuatros grupos secretos dedicados a cazar vampiros y otros seres paranormales, La orden del fuego, La orden del viento, La orden del agua y La orden de la tierra, que La orden del viento se establecía en México y Estados Unidos. También supo que quien les dijo dónde encontrar a La hermandad fue un vampiro, supo también que mientras Marcel estuviera vivo La hermandad podría volver algún día. Jonathan quería ser el encargado de acabar con Marcel por venganza, pues el abominable ser le había quitado a su familia y destruido su infancia y juventud. Al chico le costó dos años para que lo aceptaran en la orden después de diversas y muy duras pruebas. Ahora a sus treinta años, Jonathan es un caza vampiros profesional y junto con La orden del viento buscan a Marcel para acabar de una vez por todas con el siniestro. El tiene claro también que si no encuentra a la enorme criatura, ésta lo encontrará primero, sus palabras aún las llevaba presentes “después vendré por ti”. Jonathan hasta la fecha regresa a Pachuca y sobre todo a la colonia de El venado, mira su antiguo hogar que es ahora una casa abandonada, sabe que la gente de la zona prefiere no mencionar nada sobre la insólita noche de los desaparecidos. En cada visita entra a la hacienda abandonada y mira esas letras pintadas, “Lerion manda aquí”. Por lógica supo que Lerion era aquel vampiro que dio la ubicación a la orden para que acabara con La hermandad, así de algún modo tenía que conocerlo. Tenía que verse cara a cara con aquel ser que traicionó a su propia especie, aquel anti héroe que en plena batalla llegó a marcar su territorio, aquel vampiro que sin planearlo le había salvado la vida.

lunes, 17 de noviembre de 2014

La hermandad de los caídos. Primera parte. (Misantropía vampírica III)

La hermandad de los caídos (primera parte) León Cuevas. (Aún recuerdo el momento en que todo ocurrió, un dolor y un lamento y mi vida terminó. Desde que sentí su aliento no vi más la luz del sol, juego a otro juego hoy. Victor García) Jonathan siempre tuvo miedo a esa hacienda abandonada que se encontraba a las orillas de El venado, la colonia donde habitaba, pero jamás le tuvo tanto miedo como esa noche en que la vida le dio otra oportunidad. Todo empezó con la desaparición de su hermano mayor. El solía ser DJ y mezclaba siempre en las fiestas nocturnas, Jonathan esperaba a que regresara mientras se desvelaba viendo series animadas. Para él era una placer desvelarse cada viernes y sábado viendo la tele en espera de su hermano, muchas veces aguantaba hasta las cuatro de la madrugada y salía a recibirlo con emoción a pesar de que su pequeño cuerpo de once años estuviera cansado. Una noche no llegó ni a las cuatro, ni al amanecer, sus padres lo buscaron todo el día y apenas al caer el sol para alivio del niño, los tres regresaron a casa. Sin embargo desde que los recibió lo ignoraron. Desde ahí eran cada vez más extrañas sus conductas, sus papás dejaron de llevarlo a la escuela y no iban a sus trabajos. Ni ellos ni su hermano se paraban en todo el día, en la noche se iban de la casa y regresaban a unos minutos antes del amanecer pero sin que él se percatara de como entraban, simplemente al salir el sol ya estaban de nuevo en sus camas. Un día entró de puntitas al cuarto de sus papás, vio que dormían cubriendo su cuerpo por completo con las cobijas, parecían un par de bultos que reposaban en un sueño profundo. El pequeño intentó abrir las persianas para ver si así se levantaban a prepararle el desayuno, si su mamá lo acompañara al parque o su papá jugaba con el video juegos, a ver si al menos lo vieran y le dijeran algo en vez de mantenerlo con tanta angustia. Sin embargo no pudo mover las persianas, al parecer estaban selladas, lo mismo pasaba en el cuarto de su hermano. A los dos días se percató de que no solo su familia salía de noche sino que la mayoría de los vecinos incluyendo a Ariadne la niña que le gustaba. Por esos mismos momentos de inmensa soledad comenzó a ver otras cosas más insólitas, una silueta enorme que se dirigía cada noche a la hacienda abandonada. Ese maldito lugar era tétrico desde que tenía memoria. Cuando era un poco más chico iba con Ariadne y sus otros amiguitos del vecindario ahí a contemplar aquellas ruinas, pero jamás entraban, Jonathan siempre inventaba que adentro estaba escondido un monstruo y que lo había visto. Más allá de esa fantasía infantil, tenía una corazonada de que en verdad un día de esas ruinas iba a salir algo. Ahora estaba comprobando que ese algo si era real y que era lo que podía tener embrujados a su familia, a sus amigos, vecinos y a Ariadne. Una mañana dando apenas las seis y ya cumplidos cinco días de que todo había empezado a ser extraño, Jonathan decidió irse solo a la escuela. Ya no soportaba la atmósfera de su casa y no se le ocurrió otro lugar al que pudiera irse, no tenía otros familiares que vivieran en Pachuca, su abuelo y tíos vivían en Jalapa, muchas veces intentó hablarles por teléfono pero las líneas de su hogar y teléfonos púbicos cercanos no funcionaban. Caminando hacia la escuela que se encontraba en la Colonia vecina del ISSTE, vio que nadie más estaba afuera, al parecer todas las familias de El venado dormían en el día, casi al llegar al final de la carretera, en donde terminaba el asentamiento, parecía que era otro mundo diferente. Había movimiento normal, carros, gente lavando banquetas, señores vendiendo tamales. Jonathan atravesó con cuidado la carretera para llegar a la colonia vecina y al hacerlo en un callejón oscuro volvió a ver otra cosa muy extraña; tres hombres vestidos con cuero negro, dos de ellos cubiertos de la cara con paliacates negros, y uno con casco de motociclista, parecían estar planeando algo sospechoso. Él chico se retiró de ahí lo más rápido posible antes de que lo llegaran a ver. En la escuela no podía concentrarse, tenía la imagen de los hombres en la cabeza al igual que la silueta enorme que veía cada noche. De regreso a casa su colonia seguía igual de estática que en la mañana, solo caminaban algunas pocas personas por las calles, los camiones cuando pasaban por ahí bajaban y subían a un individuo por mucho, el ambiente era casi el de un pueblo fantasma, solo una o dos tiendas abiertas con escasa clientela. Esa noche poco después de caer el sol, por fin los padres de Jonathan le hicieron caso, ya se acordaban de que tenían un hijo, pero para esto él chico ya había visto suficientes cosas para tener sospechas de sus propios progenitores, además de que su aspecto en esa ocasión era pálido y enfermizo. -Ven Jonathan, te llevaremos a jugar para compensar todos estos días que no lo hicimos –Dijo su padre que lo tomó de la mano. -Hemos estado algo enfermos y por eso hemos actuado de esa manera contigo –Dijo su madre con tono frío. El chico dejó que lo llevaran afuera de su casa esperando ver hacia donde se iban a dirigir, pero al ver que era hacia la hacienda abandonada soltó a su padre y se echó a correr, en eso su hermano lo sujetó. Entre los tres lo llevaron a fuerzas hasta la hacienda, el corazón del chico latía muy violento.

martes, 30 de septiembre de 2014

La cacería (Misantropía vampírica II)

La cacería (Misantropía vampírica II) León Cuevas
La cacería (Misantropía Vampírica II) León Cuevas El rehén estaba amarrado a la silla, dentro de una amplia bodega, lloraba por las torturas que le aplicaban Joaquín Ramos, alias El lagarto y Rodrigo Gonzáles, alias El rodi: principales integrantes del Cártel del Este, asociación delictiva de Tamaulipas que tenía varios integrantes operando en Hidalgo y El lagarto era quien los dirigía desde Pachuca. La puerta de la bodega se abrió de golpe y penetró una imponente figura; gordo y robusto, bigote grueso, con toda la vestimenta de un clásico narcotraficante y sin faltar su enorme sombrero ranchero. Era Everardo Elías Camacho, alias El comandante, quien entró a la escena rodeado de varios hombres armados que cubrían sus rostros con paliacates. El comandante era el líder principal del cártel y había venido una temporada a Pachuca por razones de negocios, al menos eso había dicho sin aclarar detalles. El lagarto, cuando recién llegó el jefe, había pasado de ser el dirigente de la zona a ser solo un integrante más y eso no le agradaba por completo. –Ahora si hijo de la chingada –dijo El comandante refiriéndose a su víctima –dime ¿Qué cártel es el que te envió a espiarnos? Pensabas que no nos íbamos a dar cuenta, pero aquí estás, sentado entre nosotros, sabiendo que si no hablas te arrojaremos en pedazos a la carretera. Sin embargo el espía del bando enemigo no hablaba, aun cuando derramaba mucha sangre por la golpiza y las cortadas en los brazos y la cara. El comandante no tuvo otra opción que tirarle un balazo en el pie. El hombre lloraba todavía más, pero seguía sin hablar y eso llegó al límite de la paciencia del líder, le disparó en el otro pie. Al seguir sin respuesta sacó una navaja y le dijo –si no vas a hablar no vas a necesitar tu lengua –de inmediato se la cortó y se retiró de la escena tras ordenarle al lagarto y al rodi que lo mataran. Eran la once de la noche, después de deshacerse del cuerpo, el par de narcotraficantes platicaban en una mesa tomando un par de cervezas en otra parte de la base. El lagarto quería llegar a la verdad de todo esto y sabía que El rodi se la diría, él era la mano derecha del comandante y venía acompañándolo desde Tamaulipas. –No entiendo rodi ¿Por qué El comandante ha venido si aquí estoy controlando todo a la perfección? Además en Tamaulipas hay más Cárteles tratando de apoderarse del campo de venta que aquí. –Eso es lo que me preocupa más lagarto, el motivo por el que ha venido. Está persiguiendo con una enorme obsesión a un enemigo desde el norte. –Ha de ser demasiado poderoso, puesto que El comandante es un narco muy temido en varios estados ¿Qué tipo de mafioso o dirigente persigue? –Ahí está el asunto, parece que no está buscando a alguien humano, está aferrado con cazar algo sobrenatural. –No me vengas con eso rodi. ¿Me vas a decir que crees en cosas de aparecidos y seres paranormales? –Yo no, pero El comandante si y lo que me preocupa es que esté perdiendo la cabeza por eso. Sabes, desde que murió su única hija, secuestrada por un cártel enemigo, cambió mucho. Siento que se vino para abajo y de un tiempo para acá, comenzó con esta idea de la cacería. Parece que la sombra de esa criatura lo tiene torturado día y noche, su objetivo principal es tenerla muerta y tal vez exhibir públicamente su cadáver como un trofeo, pero al mismo tiempo, ha descuidado al cártel y al negocio por esa idea absurda. – ¿Entonces por eso vino? Es ilógico –dijo El lagarto. –Lo sé, pero hazle entender al él. –Eso me hace perderle un poco de respeto y eso que para mí es un ejemplo a seguir. En ese momento llegaron dos sicarios avisándoles que los necesitaban para un movimiento. De inmediato tomaron sus armas y se dirigieron a la camioneta del comandante que estaba arrancando en el estacionamiento. Se subieron imaginando que iban tras algunos aliados del espía que acababan de descuartizar. El comandante iba sentado en el asiento del copiloto mientras su chofer conducía de manera desenfrenada, atrás, El lagarto, El rodi y otro hombre armado. El líder no decía nada, solo miraba fijo hacia el frente. La camioneta se dirigió a toda velocidad por El río de las avenidas hasta llegar al centro y de ahí al monumento del Reloj. Frenaron por un momento y El comandante señaló hacia una calle que subía, todo parecía que seguían a algún vehículo que iba a la misma velocidad que ellos. El chofer manejó en la dirección señalada hasta que dobló a la derecha y llegó a una calle desolada con edificios viejos, ahí se bajaron y el jefe los dirigió hacia un edificio abandonado. Tumbaron la podrida puerta de madera y penetraron esperando encontrar mercenarios que cazar, pero para sorpresa de todos menos del comandante, después de examinar el piso de abajo, notaron que el edificio parecía estar vacío, un silencio absoluto era lo único que los rodeaba. El lagarto se estaba percatando de que precisamente el líder del cártel estaba perdiendo la cabeza, mientras que El rodi ya estaba harto de lo mismo. Desde el norte lo traía de un lado a otro persiguiendo algo que jamás aparecía, el más que convencido de la locura de su jefe, ya planeaba aprovechar el momento perfecto para deshacerse de él y ocupar su puesto. Incluso desde su estancia en Pachuca le iba a proponer al lagarto unirse para matar al comandante y que ellos dos manejaran a la asociación delictiva con más fuerza y mejores estrategias. Pero todo cambió en un instante, del techo se deslizó una silueta negra que en segundos jaló a uno de ellos, los otros cuatro al momento, dispararon hacia arriba, no alcanzaron a ver bien quien o que era lo que acababa de llevarse a su colega por un agujero del techo y subieron de prisa al segundo piso. Este era más oscuro que el piso de abajo, apenas la luz de la luna alumbraba por algunos orificios de varias tablas de maderas que cubrían las ventanas. El lagarto estaba muy desconcertado y El rodi estaba pensando en que los planes iban a cambiar, ya que su jefe al parecer no estaba tan loco, de verdad podía estar buscando algo fuera de este mundo. En eso de entre las penumbras se aproximó la criatura que para nada estaba intimidada por la presencia de los mercenarios, al contrario, parecía haberlos esperado. Era un ser aproximadamente de uno ochenta de alto, vestido con traje elegante negro y una capa de estilo británica. Su rostro era tan blanco como la luna que alumbraba sobre el edificio, su cabello largo con tonos grises y sus ojos negros con el iris rojizo. En ese momento El rodi se dio cuenta de que El comandante había reunido a sus mejores asesinos para acabar con el enorme monstruo, los había llevado a la boca del lobo. Corrió hacia las escaleras para huir de ahí. Sin embargo el ente se abalanzó esquivando con facilidad las balas de los otros, El rodi no tuvo tiempo ni de gritar cuando en segundos la fiera le arrancó la cabeza y la lanzó hacia sus compañeros. De ahí le bastaron pocos instantes para terminar con el chofer de la camioneta y con El lagarto, dejando el asunto entre él y El comandante. –Ni si quiera mis mejores pistoleros pudieron contra ti Camudrio –dijo El comandante que aparentaba valentía, aunque por dentro, pese a la rabia que cargaba, se moría de miedo –no tienes idea cuanto te odio, eres el responsable de tanta infelicidad en mi vida. Desde que vi como mataste a mi hijita frente a mí y en mi propio patio, no he pensado en otra cosa más que en cobrar venganza. A nadie le conté que habías sido tu por vergüenza y tuve que mentir que los de Cartel del Oeste la habían secuestrado –El comandante tenía un tono de lamento mientras el vampiro se burlaba de él con una risa moderada. –Sabía que me seguirías hasta esta ciudad comandante, no tendría que buscarte si solito ibas a venir a mí, viejo amigo –dijo Camudrio con una voz ronca que parecía de ultratumba. –No me llames amigo, Camudrio, eres lo peor que ha pasado, he llegado a pensar que eres el mismo diablo en persona –respondió el narcotraficante. –Podría haberte matado desde hace mucho, pero en realidad te he permitido vivir porque me haz servido como carnada –le contestó el enorme vampiro entre risas. En ese momento se escuchó que algo cayó en el techo, en efecto había volado hasta aterrizar arriba de ellos. Camudrio miró hacia a lo alto, estaba esperando a un tercer invitado. –Usted espéreme aquí comandante, a mi amigo le gusta mucho la sangre de los maleantes y por eso has sido mi carnada perfecta, si alguien lo ha atraído no he sido yo, sino usted. –Momento Camudrio ¿un amigo tuyo, te refieres a que existen más como tú? –Por su puesto mi señor, somos muchos a decir verdad y estamos empezando a poblar La bella airosa, para comenzar a gobernar el mundo desde aquí, ésta pequeña ciudad nos da el panorama perfecto para que tomemos el control absoluto. Sólo que algunos necios no quieren entender a La hermandad. Regreso en unos instantes con usted – Las pisadas del techo parecían como si fueran de algún enorme felino que merodeaba arriba de ellos, Camudrio se escurrió por un agujero en la pared. El comandante de verdad se sentía muy confundido, no podía creer que había sido usado. Se empezaron a escuchar ruidos muy fuertes como si dos fieras pelearan de manera agresiva, el sonido creció y era cada vez más devastador, hasta que de pronto vino de nuevo el silencio aterrador. El comandante bajó rápido las escaleras para salir de ahí, pero fue demasiado tarde. En el piso de abajo lo esperaba una silueta delgada, de estatura más baja y que sostenía en sus brazos a Camudrio muerto. Se veía muy impactante como alguien con tamaño promedio sostenía con una mano a un cuerpo de más peso y medida, como si fuera un muñeco de trapo. –¿A dónde cree que va Comandante? –dijo con una voz serena. Cuando la luz de la luna lo alumbró se vio a alguien del mismo tono de piel que Camudrio, vestido con moda más actual; saco y pantalones de tonos pardos, sweater vino de rombos y lentes hipsters. En apariencia podría tratarse de algún humano, pero era todo lo contrario, se trataba de otro vampiro que representaba amenaza. Era extraño que ese individuo de apariencia humana se hubiera escuchado como un animal salvaje cuando caminaba en el techo del segundo piso. El comandante le disparó pero la bala pareció no afectarlo, a lo mucho solo le hizo dar un paso hacia atrás. –¿Así recibe a todos los que le ayudan a terminar con sus enemigos comandante? Eso es muy descortés –dijo el nuevo vampiro mientras el cadáver de Camudrio se disolvía en su mano hasta convertirse en polvo y quedar solo un traje con una capa negra. –Yo no seré descortés señor, me presento, mi nombre es Lerion y soy el comisario de esta ciudad. Verá; durante años, La bella airosa ha vivido en paz, no dejaré que su tranquilidad y la mía acaben por personas como usted o algunos seres despreciables como el recién vencido. El comandante lanzó dos disparos más pero de nada sirvieron, Lerion se acercó a él en un segundo y con su dedo índice le hizo una herida cerca de su corazón, perforando su pecho con un movimiento muy fino. En segundos brotó una gran cantidad de sangre. En ese momento se escuchó como iban llegando otras dos camionetas a una cuadra de distancia. –Así que ha traído refuerzos mi comandante –dijo mientras se sentaba en el suelo y sostenía el cuerpo desvanecido del jefe mientras este lo miraba con odio. –Mis hombres te destruirán –fueron sus últimas palabras. Ambos escuchaban como los sicarios se acercaban. –No tiene idea como disfruto la sangre de los maleantes como usted, a lo largo de mi existencia he probado la de mafiosos chinos, gangsters, asesinos rusos y terroristas del oriente. Pero a decir verdad, el torrente sanguíneo de narcotraficante mexicano tiene un sabor muy exquisito; provecho mi comandante. Cuando los sicarios entraron al edificio encontraron el cadáver de su líder colgado del techo, lo bajaron entre todos sin darse cuenta de que Lerion los esperaba en el fondo del cuarto, entre la oscuridad para acabarlos uno por uno. Se frotó las manos disponiéndose a disfrutar de un banquete familiar.

viernes, 29 de agosto de 2014

Misantropía vampírica.

Misantropía Vampírica. León Cuevas.
A eso de la una y cuarto de la madrugada, Lerion se hallaba sentado en la terraza de un bar en la colonia de Zona Plateada sin prestar mucha atención a los impertinentes borrachos que armaban alboroto a dos mesas de distancia. Ya incuso el dueño del bar había salido a explicarles que la cuenta estaba bien y no les estaban cobrando nada de más. Pero tratándose de niños juniors, era sinónimo de que no iban a estar dispuestos a cender, a fin de cuentas unos mirreyes hijos de papi siempre van a buscar tener la razón. Todos en el bar veían la escenita menos el, aquel particular individuo pálido que vestía con atuendo Hipster. Lerion era un vampiro que en verdad odiaba a los otros vampiros, como si fuese un ermitaño de su propia especie. Por siglos había repudiado la convivencia con los suyos, ese fue uno de los motivos para que dejara de vivir escondido entre las estaciones del metro de la Ciudad de México a partir de que comenzó a ser una perfecta unidad habitacional para los no muertos, y el tener encuentros cada vez más frecuentes con esos repulsivos similares lo obligó a mudarse. Después de buscar un lugar para vivir se encontró con la pequeña, tranquila y poco llamativa ciudad de Pachuca, el aposento ideal para un antisocial. Con el tiempo aprendió a mezclarse perfectamente con los habitantes del sitio y pasar desapercibido por las calles. Así parte de su nueva vida fue cambiar su atuendo conforme a la época ya que después de casi cincuenta años de vivir en los túneles subterráneos del Distrito Federal iba a llamar la atención con su vestimenta tipo Beatnik de Avándaro, en una ciudad chica y simple no se veía muy seguido a un apuesto joven pálido de pelo largo y patillas gruesas con boina, cualquier hombre vestido de esa manera se tendría que ver como un viejo quedado y atrapado en otros tiempos. El vestir así tan sesentero por tantos años no significaba que no estuviera al tanto de los cambios de modas en la superficie mientras permaneció en el subsuelo, seguido las víctimas que cazaba eran su catálogo del mundo exterior, algunas solían ser personas que viajaban en los últimos horarios del metro y de vez en cuando algún vándalo, grafitero, asaltante o mafioso que se escondiera en la oscuridad de las vías. Así su menú variaba entre punks, chicos heavies, góticos y cholos. Sin embargo su estancia en la pequeña ciudad airosa lo hizo buscar una apariencia más acorde. También su estrategia de cacería y sus víctimas cambiaron, solía con frecuencia fingir que hacía amigos o que ligaba en centros de recreación nocturna para poderse ganar la confianza de sus presas y ya estando fuera de la vista de otros pudiera acabar con ellos. Para evitar ser encontrado, su táctica era nunca rondar por el mismo bar, algunas noches su escenario era un putero de mala muerte y en otras ocasiones un antro para niños ricos. El chiste era no ser localizado tan fácil y no tanto por ser encarcelado, ya que la policía y cualquier fuerza armada le hace los mandados a un vampiro que les lleva ventaja de experiencia por siglos. Si no que lo que quería evitar era emigrar a otra ciudad. Lerion aprovechaba la perfecta oportunidad de que estaba viviendo en instantes de muchos secuestros y cobranzas entre narcotraficantes, eso le permitía disfrazar sus movimientos para que sus víctimas fueran sospecha de los mafiosos y no de lo paranormal. De unos días para acá le comenzaba a preocupar algo, aunque más que preocupación era molestia. Estaban saliendo cada vez más noticias de muertos encontrados al amanecer en lugares recónditos de Pachuca. Indicaba que no estaba solo en la ciudad, rayos era demasiado bueno para ser verdad que pudiera tener una zona urbana para él solo. Detestar a los de su propia especie va más allá del egoísmo, él estaba consciente de eso y no le importaba, simplemente quería estar tranquilo sin necesidad de pelear contra otros caras pálidas por el territorio. Después de que terminó la disputa de los escuincles mirreyes en el bar, uno de los meseros amablemente se le acercó. -¿Desea otra copa señor? -Sí otro Martini por favor, cóbreme los otros dos y este –respondió sacando de su cartera un billete grande. Momento aquí surgen dos preguntas; ¿De dónde sacaría dinero un vampiro? Y ¿Qué no a los vampiros les puede hacer daño el alcohol? La respuestas son simples, el dinero lo sacaba de las carteras de sus presas, así era más fácil relacionar el asesinato con un asalto o una cobranza, y al atacar pensaba en todo, solía incluso extraer la sangre del cuerpo mediante otras formas que no fuera la típica mordida en la yugular, con un poco de estudio de medicina y anatomía todos podemos saber que existen más venas en el cuerpo y que pueden extraer la misma cantidad de sangre, ese tipo de hechos a veces hacían ver como resultado un cadáver que aparentaba haber muerto por asalto, con cortadas tan bien calculadas que parecían navajazos. Eso en verdad era saberse esconder. La otra respuesta era que a cualquier ser humano y no humano les hace daño el alcohol, si el hombre come y después se envenena con bebidas alcohólicas, ¿por qué el vampiro no podría hacer lo mismo.? Volviendo a la historia, Lerion estaba gozando tranquilo de su tercer Martini cuando sintió una presencia muy cerca que le arrebató de golpe la tranquilidad. Dejó la copa a un lado y discretamente salió del lugar. Una vez fuera donde estaba la fila para entrar y los cadeneros, sacó un cigarro para disimular y se puso a detectar en qué dirección se aproximaba la presencia que había sentido. Una vez localizada se alejó de la zona de aglomeración y caminó hacia donde muy pocas luces de poste iluminaban el asfalto. Apenas pudo esconderse entre las sombras cuando escuchó una voz tras él. -Vaya Lerion ¿Hace cuantos siglos que no teníamos el gusto de encontrarnos? –Dijo la voz. -Para mí mala fortuna no más de unos cinco –Contestó con un tono parecido al de un señor amargado. Su aliento tenía un dulce aroma a alcohol mientras que el de quien le hablaba era más una esencia de hierro, el mal aliento de los vampiros que acaban de comer. Lerion volteó y encontró una silueta cubierta con una túnica negra que asomaba un rostro blanco con una opaca cabellera larga, un par de ojos completamente negros y unos colmillos rojizos por sangre fresca. Avanzó un paso y la escasa luz de un lejano faro hizo ver más su mirada. No había gente alrededor más que un par de juniors en estado de ebriedad que iban a subir a un VMW pero uno de ellos estaba a punto de vomitar. -Mírate Lerion, mimetizándote en la sociedad; cabello corto, pantalones entubados, camisa de cuadros, saco de moda y unos ridículos lentes de pasta. Patético, en verdad es patético tu atuendo y tu nueva forma de vivir. -Eso no es de tu incumbencia Aurguz, vayamos al grano ¿Qué diablos estás haciendo en mi ciudad? -¿Tu ciudad? –Contestó a punto de soltar una carcajada –Quiero que sepas que ni si quiera soy el único vampiro que se está hospedando en Pachuca, ya son varios los que están comenzando a establecerse aquí. -¿Por qué? -Por el mismo motivo que lo hiciste tú, es una ciudad tranquila y nueva para nosotros, brinda mucha sangre fresca sin tener que vivir entre tanto caos ni ruido. Podremos permanecer aquí sin molestos caza vampiros o demás situaciones incómodas. -Pero como demonios piensan prevalecer el orden con tantos vampiros mudándose a una ciudad muy pequeña, es un error fatal. Pero de esto me tendré que encargar yo –Dijo suspirando como alguien va a comenzar un trabajo que no tiene ganas de hacer. -¿Y quién eres tú para decidirlo? -Considérame el comisario de aquí. -Pues entonces comienza lo que tienes hacer niño caprichoso –contestó Aurguz poniéndose en posición de ataque cual fiera. Ambos vampiros se abalanzaron sacando colmillos y garras afiladas, un singular rugido brotaba de sus gargantas, fue un estruendo tan fuerte que llamó la atención de los borrachos, los cuales entraron pronto en pánico. Aurguz y Lerion soltándose brutales zarpazos y mordidas bajo la luna parecían un par de lobos alfa que luchaban a muerte, después de tantos movimientos finalmente se vio como Lerion pudo alcanzar a morder el cuello de su oponente arrancándole literalmente todo y dejándolo caer al suelo convulsionándose hasta desintegrarse por completo, en pocos minutos no era más que polvo blanco bajo una túnica negra que parecía ya un harapo. Lerion triunfante recogió esa túnica para no dejar evidencias, el polvo color hueso pronto se esparció con el aire. Miró al par de aterrorizados espectadores, uno de ellos hasta estaba mojado los pantalones, los ignoró por completo, a fin de cuentas la mayoría de la gente no les iba a creer, el noventa por ciento de las personas no hace caso a las crónicas de borrachos. Así que sin más que hacer ahí se desvaneció rápidamente entre las sombras sabiendo que esa noche iba a tener que exterminar al menos a otros dos o tres viejos conocidos. Ni modo le tocaba fumigar a las cucarachas de la zona, a alguien siempre le tiene que tocar el trabajo sucio.