lunes, 17 de noviembre de 2014

La hermandad de los caídos. Primera parte. (Misantropía vampírica III)

La hermandad de los caídos (primera parte) León Cuevas. (Aún recuerdo el momento en que todo ocurrió, un dolor y un lamento y mi vida terminó. Desde que sentí su aliento no vi más la luz del sol, juego a otro juego hoy. Victor García) Jonathan siempre tuvo miedo a esa hacienda abandonada que se encontraba a las orillas de El venado, la colonia donde habitaba, pero jamás le tuvo tanto miedo como esa noche en que la vida le dio otra oportunidad. Todo empezó con la desaparición de su hermano mayor. El solía ser DJ y mezclaba siempre en las fiestas nocturnas, Jonathan esperaba a que regresara mientras se desvelaba viendo series animadas. Para él era una placer desvelarse cada viernes y sábado viendo la tele en espera de su hermano, muchas veces aguantaba hasta las cuatro de la madrugada y salía a recibirlo con emoción a pesar de que su pequeño cuerpo de once años estuviera cansado. Una noche no llegó ni a las cuatro, ni al amanecer, sus padres lo buscaron todo el día y apenas al caer el sol para alivio del niño, los tres regresaron a casa. Sin embargo desde que los recibió lo ignoraron. Desde ahí eran cada vez más extrañas sus conductas, sus papás dejaron de llevarlo a la escuela y no iban a sus trabajos. Ni ellos ni su hermano se paraban en todo el día, en la noche se iban de la casa y regresaban a unos minutos antes del amanecer pero sin que él se percatara de como entraban, simplemente al salir el sol ya estaban de nuevo en sus camas. Un día entró de puntitas al cuarto de sus papás, vio que dormían cubriendo su cuerpo por completo con las cobijas, parecían un par de bultos que reposaban en un sueño profundo. El pequeño intentó abrir las persianas para ver si así se levantaban a prepararle el desayuno, si su mamá lo acompañara al parque o su papá jugaba con el video juegos, a ver si al menos lo vieran y le dijeran algo en vez de mantenerlo con tanta angustia. Sin embargo no pudo mover las persianas, al parecer estaban selladas, lo mismo pasaba en el cuarto de su hermano. A los dos días se percató de que no solo su familia salía de noche sino que la mayoría de los vecinos incluyendo a Ariadne la niña que le gustaba. Por esos mismos momentos de inmensa soledad comenzó a ver otras cosas más insólitas, una silueta enorme que se dirigía cada noche a la hacienda abandonada. Ese maldito lugar era tétrico desde que tenía memoria. Cuando era un poco más chico iba con Ariadne y sus otros amiguitos del vecindario ahí a contemplar aquellas ruinas, pero jamás entraban, Jonathan siempre inventaba que adentro estaba escondido un monstruo y que lo había visto. Más allá de esa fantasía infantil, tenía una corazonada de que en verdad un día de esas ruinas iba a salir algo. Ahora estaba comprobando que ese algo si era real y que era lo que podía tener embrujados a su familia, a sus amigos, vecinos y a Ariadne. Una mañana dando apenas las seis y ya cumplidos cinco días de que todo había empezado a ser extraño, Jonathan decidió irse solo a la escuela. Ya no soportaba la atmósfera de su casa y no se le ocurrió otro lugar al que pudiera irse, no tenía otros familiares que vivieran en Pachuca, su abuelo y tíos vivían en Jalapa, muchas veces intentó hablarles por teléfono pero las líneas de su hogar y teléfonos púbicos cercanos no funcionaban. Caminando hacia la escuela que se encontraba en la Colonia vecina del ISSTE, vio que nadie más estaba afuera, al parecer todas las familias de El venado dormían en el día, casi al llegar al final de la carretera, en donde terminaba el asentamiento, parecía que era otro mundo diferente. Había movimiento normal, carros, gente lavando banquetas, señores vendiendo tamales. Jonathan atravesó con cuidado la carretera para llegar a la colonia vecina y al hacerlo en un callejón oscuro volvió a ver otra cosa muy extraña; tres hombres vestidos con cuero negro, dos de ellos cubiertos de la cara con paliacates negros, y uno con casco de motociclista, parecían estar planeando algo sospechoso. Él chico se retiró de ahí lo más rápido posible antes de que lo llegaran a ver. En la escuela no podía concentrarse, tenía la imagen de los hombres en la cabeza al igual que la silueta enorme que veía cada noche. De regreso a casa su colonia seguía igual de estática que en la mañana, solo caminaban algunas pocas personas por las calles, los camiones cuando pasaban por ahí bajaban y subían a un individuo por mucho, el ambiente era casi el de un pueblo fantasma, solo una o dos tiendas abiertas con escasa clientela. Esa noche poco después de caer el sol, por fin los padres de Jonathan le hicieron caso, ya se acordaban de que tenían un hijo, pero para esto él chico ya había visto suficientes cosas para tener sospechas de sus propios progenitores, además de que su aspecto en esa ocasión era pálido y enfermizo. -Ven Jonathan, te llevaremos a jugar para compensar todos estos días que no lo hicimos –Dijo su padre que lo tomó de la mano. -Hemos estado algo enfermos y por eso hemos actuado de esa manera contigo –Dijo su madre con tono frío. El chico dejó que lo llevaran afuera de su casa esperando ver hacia donde se iban a dirigir, pero al ver que era hacia la hacienda abandonada soltó a su padre y se echó a correr, en eso su hermano lo sujetó. Entre los tres lo llevaron a fuerzas hasta la hacienda, el corazón del chico latía muy violento.

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