miércoles, 24 de diciembre de 2014

Invierno cromático. Parte 4: Amarillo del alba.

Corría hacia casa pero apenas pasé una cuadra cuando se atravesó frente a mí una motocicleta que casi me atropella. Mi corazón saltó muy fuerte, pero cuando frenó me dijo una suave voz. -¿A dónde vas con tanta prisa? –Merlina me miró y me volvió a guiñar un ojo -No tienes idea de lo que me acaba de pasar –le dije –Ven, sube y daremos un pequeño paseo, ya me contarás tus aventuras –sin pensarlo le hice caso antes de que alguno de los ladrones de juguetes llegara corriendo tras de mí. Si puedo decir que existió algo mágico en esa madrugada sin duda fue ese momento, estuvimos dando algunas vueltas en la moto. Hacíamos repentinas paradas mientras le contaba la aventura con los ladrones de juguetes, Merlina solo se reía y meneaba la cabeza. Mis embrollos navideños le parecían graciosos pero a la vez me miraba como un chico muy aventado, eso en ocasiones atrae al sexo opuesto. Después de platicar sobre lo sucedido vimos el amanecer tomando cafés de una máquina, yo preferí tomar un té para evitar más irritación en el estómago de la que ya traía. -Solo las personas aburridas toman té, Armando –me dijo con tono de burla. -Claro y las intelectuales presumidas solo toman café -le respondí también entre risas mientras jugaba a desacomodarle los lentes. Después de contemplar el amarillo que pintaba el amanecer, justo a las seis y cuarto de la mañana me dijo que era hora de que cada quien estuviera con su familia. Así que subimos a la moto y me fue a dejar a mi casa. Al dejarme en mi puerta me dio un papel en donde había anotado su número celular. -Llámame –hizo señas con su mano y me guiñó una vez más el ojo. Arrancó en su moto y se perdió en el amarillo del alba como un ser de luz. Entré a mi casa de nuevo sin hacer ruido, estaba exhausto. Creo que había sido la Noche Buena y Navidad más intensas que había vivido. Me dirigía a mi cuarto, el cual compartía con Luís, y al abrir la puerta me encontré con algo inesperado, a un lado de la cama de mi hermano había un muñeco de Neutro Man en su caja con un moño color verde. El momento fue como un destello de luz, pues en ese momento Luís estaba despertando y al ver su regalo gritó de emoción y se abalanzó sobre él. Estoy seguro que apreciaba a su juguete como ningún otro niño en la tierra. -Te lo dije Luís, debías tener fe e ilusión, ¡feliz Navidad! –dijo la voz de mi madre detrás de mí. Yo volteé a verla con una sonrisa inevitable pero a la vez con una seña de que necesitaba una explicación. Ella esperó a que mi hermanito abriera su regalo y comenzara a jugar feliz con él. Salimos del cuarto hacia la mesa del comedor y me explicó todo en voz baja. -Gracias a que llegaste con los doscientos cincuenta que te pagaron en el café, me ayudó mucho a completar para el regalo de tu hermano. Poco después de que te fuiste enojado tomé lo que había ahorrado y fui a La Gran Juguetería para comprar el muñeco. –en ese momento sentí un escalofrío al imaginar que mi mamá pudo haberme visto robando los juguetes o peor, me pudo haber visto detenido por la policía. Pero al parecer no fue testigo de ningún acto, ni del misterioso violinista que me salvó. En eso alguien tocó la puerta muy fuerte, mi corazón latió rápido. Los ladrones de juguetes pudieron haber localizado mi hogar y eso arruinaría el momento mágico. Mi mamá notó mi cara de miedo, pero la tranquilicé y le dije que yo abría, estaba dispuesto a salir y agarrarme a golpes con los rufianes. ¿Cómo pudo haber sido posible que encontraran mi casa?, ¿apoco nos habrán seguido el rastro a mí y a Merlina hasta dar conmigo?, o ¿ella habrá sido quien les dio mi ubicación? En ese momento me corrían muchas ideas por la cabeza mientras el corazón me latía cada vez más fuerte. Abrí de golpe la puerta dispuesto a pegarle al primero que estuviera en frente.
Para mi sorpresa no había nadie, volteé a todos lados, pero no había rastro de ningún maleante, policía o cualquier persona. De pronto sentí a mis pies una caja, vi hacia abajo y en efecto había una caja de regalo azul en el suelo frente a mí. Me desconcertó ver eso, dudando la tomé. Abrí la tapa y lo primero que vi fue una nota que decía lo siguiente: "Querido Armando. Has sido un joven demasiado bueno esta Navidad, tú más que nadie compendió hoy el verdadero significado de estas fechas. El esforzarte y darlo todo para traer luz a los tuyos, es el gesto central de la navidad. Y por si fuera poco al final tomaste una decisión correcta e hiciste feliz a más personas. Por eso, espero que este regalo te guste, pues te lo has ganado. Es momento de que dejes de ser el ente gris que crees ser, para que llenes de color tu vida. Nunca arrojes tus sueños por la borda, pues un hombre sin sueños es un hombre muerto. Atentamente: Santa Claus." Al terminar de leer la carta me pareció escuchar un sonido similar a un trineo que se alejaba por el cielo, no vi nada en concreto pero si estoy seguro de haberlo escuchado. Volteé hacia adentro de la caja de regalo y estaba la caja de colores profesionales que tanto deseaba, la caja de colores que veía tan lejana y que ahora estaba en mis manos. Junto a ella un par de lápices nuevos, mis ojos se llenaron de lágrimas. En verdad no podía creerlo, era un momento a solas con mi felicidad, pero logré ver de reojo a mi mamá con una sonrisa. ¿Habría sido ella quien comprara ese regalo? -Mamá, ¿fuiste tú? –no podía hablar bien por la conmoción, solo le mostré la carta. -No, ahí dice en la carta, Armando. Te visitó Santa Claus –respondió sin quitar la sonrisa. Hasta la fecha nunca me ha quedado claro quién me hizo tal regalo, en parte pudo haber sido mi mamá con esfuerzo extra y con muchos ahorros, pero ¿cómo sabría ella que eso era lo que más quería?, ¿cómo pudo saber que tomé una decisión correcta esa madrugada? Y, sobre todo, ¿quién pudo haber tocado la puerta, además el extraño sonido similar al de un trineo? En verdad que no he podido encontrar explicaciones lógicas a todo esto. Pero puedo asegurar que esa fue la Navidad que definió el rumbo de mi vida y la Navidad en donde recuperé el color en mí. A partir de ese día dibujé tanto como pude. Pronto comencé por vender dibujos propios y hacer algunos encargos que poco a poco aumentaron. Permanecí un poco más de tiempo en la preparatoria, pero pronto con ahorros y con las ganancias de mis dibujos logré juntar para estudiar la carrera en Diseño Gráfico. Mi negocio de dibujos creció cada vez más y con los conocimientos de la licenciatura fui perfeccionando mi técnica. Hoy después de años soy uno de los ilustradores más reconocidos del país, con el tiempo pude darle una mejor casa a mi mamá e impulsé con sueños a Luís para que hiciera una carrera y destacara en ello, le enseñé a soñar que es lo más importante para sobre salir en esta vida, así fue como él decidió estudiar Biología y ahora se encuentra cursando la maestría. Se preguntarán que si para completar este final feliz me casé con Merlina. No, lamento desilusionarlos, solo salimos durante algún tiempo y después cada uno siguió con su vida, eso sí, hasta la fecha seguimos manteniendo el contacto para saludarnos de vez en cuando. Ella se volvió escritora y vive en Europa, de cierto modo nunca olvidó esa noche buena y el amanecer de la Navidad conmigo, incluso asegura que por algún motivo esos instantes le sirvieron para reflexionar sobre su trato familiar. Hasta el día de hoy conservo la misteriosa carta de Santa Claus como evidencia de que la magia existe, sus palabras siempre están presentes conmigo; “Nunca tires tus sueños por la borda pues un hombre sin sueños es un hombre muerto”.

Invierno cromático. Parte 3: El ladrón rojo.

De regreso a casa me topé con un trío de hombres que no tenían un aspecto confiable, los tres vestían con chamarras gruesas, uno color azul, otro de amarillo y otro color rojo. Lo que me faltaba esa noche era que me asaltara ese trío de maleantes, sin embargo pasé desapercibido. De pronto, escuché algo que me pareció un tanto interesante. Los hombres planeaban entrar por atrás de la bodega de La Gran Juguetería y robar los últimos muñecos de Neutro Man para venderlos más caros en el transcurso de Navidad y el seis de enero, Día de Reyes. Era el negocio perfecto, pues el muñeco del súper héroe incrementaría su precio en el mercado a partir de la mañana del veinticinco. De momento tenía mucho frío y doscientos cincuenta miserables pesos en la bolsa, debía llegar para dormir aunque no tenía nada de sueño, más bien tenía dolor de estómago, demasiadas emociones fuertes habían recaído sobre mí. Al llegar a casa en medio del silencio absoluto llegué a la mesa del comedor, había una nota que decía “Te queremos Armando”. No sabía que sentir en ese momento pero me invadió una idea desesperada. Dejé mis doscientos cincuenta sobre el recado, fui al botiquín en el baño a tomar una pastilla para el dolor, sin hacer el menor ruido, tomé de mi cuarto otro par de guantes y una bufanda, esta vez de eran de tonos negros como mis pensamientos en esos instantes. Estaba decidido a ayudar a los ladrones. La Gran Juguetería no estaba lejos de mi casa, por mucho a unas cuatro cuadras y atravesando el puente del río. Lo mejor era correr hacia allá y encontrármelos afuera de la bodega para proponerles mi ayuda. Salí de casa sin hacer ruido y corrí en la espesa negrura de las 2 am. Atravesé las cuatro cuadras y el puente para llegar y de lejos pude ver a los ladrones de juguetes afuera de la bodega. Corrí hacia ellos y de manera valiente los afronté. Los dos cómplices, el de chamarra azul y el de chamarra amarilla me agarraron de golpe, así dieron paso a que el líder de chamarra roja sacara una navaja y me apuntara al cuello con el filo. Noté en su cara que le adornaba una pequeña cicatriz en la mejilla, su barba era cerrada y su cabello lacio. Para ser la cabecilla de una banda de ladrones no tenía un aspecto horrendo como solemos pensar de cualquier rufián, incluso era un galante de unos treinta, la misma edad del hipster dueño del café. -¿Por qué nos sigues maldito mocoso? –Me dijo sin quitarme el filo de la navaja. -Quiero hacer un trato con ustedes, no pude evitar escuchar sus planes y quiero ayudarles a robar los muñecos de la bodega, solo pido a cambio que me dejen llevarme uno para mi hermano –Al decir esto los tres hombres se vieron entre sí e hicieron una seña de afirmación. Los dos cómplices me soltaron dejándome caer al suelo. El líder se agachó, me agarró de la bufanda y me volvió a apuntar con la navaja, esta vez al ojo derecho. -Mira muchachito, aceptamos tu trato. Tú entras a la bodega, te llevas los muñecos de Neutro Man y nosotros te esperamos al otro lado del puente, nos das los juguetes y te llevas uno de comisión por ayudarnos. Te llevarás este costal –agarró un costal gris que le dio el cómplice de chamarra azul –aquí vas a meterlos y con estas pinzas vas a romper el candado. La maniobra no fue tan difícil como parecía a pesar del temblor de mis piernas por el miedo. Abrí el candado con las pinzas y me escurrí en la bodega. Tras la puerta al fondo se veía la luz de la tienda que aún estaba en función, La Gran Juguetería abría toda la noche del veinticuatro y madrugada del veinticinco para los padres que compran todo a la mera hora. Así que debía apresurarme antes de que los empleados o algún policía entraran a la bodega. Pronto encontré los muñecos del súper héroe, seguro solo tenían unos cinco en el mostrador y los demás se encontraban aparte. No tenía tiempo para pensar en eso, todo debía ser muy rápido. Metí los juguetes al costal y salí lo más pronto de ahí, había sido un robo perfecto, no creía que robar juguetes fuera una labor tan fácil. Al salir disimulé cerrando el candado con los guantes para no dejar huellas digitales y corrí a toda prisa para el puente, sin embargo fui sorprendido, pero no por un guardia de seguridad o algún empleado enfurecido de la juguetería. Quien me interceptó fue el excéntrico y larguirucho violinista que como fantasma salió de entre las sombra. -¿Qué haces chico? –dijo –lo vi todo, los ladrones de juguetes te usaron como su carnada perfecta, la policía de la bodega puede llegar en menos de lo que cruzas ese puente, ellos son robadores profesionales, saben cómo escaparse. Incluso cuando los veas en ese callejón en donde te esperan y ahí los sorprenden, ellos te podrían arrojar mientras huyen, tú eres solo la carnada y no van a ver por ti. Además tú no eres así, no tienes porqué rebajarte a hacer esto. Tienes un corazón bueno y cuando se tiene algo tan valioso lo menos que cabe en él son las maniobras ínfimas. Te sugiero que regreses esos juguetes antes de que la policía descubra anomalías y polizontes, si no lo haces podrías pasar Navidad y Año Nuevo en la cárcel. –Tras escuchar las palabras del violinista sentí un horrible vértigo helado. Corrí de nuevo hacia la bodega sin decirle una sola palabra al músico, abrí de nuevo el candado que ya estaba sin forjar, entré corriendo esta vez y derramé con cuidado los muñecos sobre el suelo, agarré el costal vacío y salí de la bodega volviendo a cerrar con cuidado el candado, se seguía escuchando mucho movimiento dentro de la tienda, aún había muchos papás en busca de juguetes y videojuegos para que amanecieran bajo el árbol. Al correr hacia el puente por segunda vez fui sorprendido de nuevo pero ahora si venían policías hacia mí, por poco y me orinaba del terror, me paré en seco cuando me gritaron que lo hiciera. Me preguntaron a gritos que ¿qué estaba haciendo ahí? Sin embargo en ese momento se escuchó de fondo la Danza Húngara número cinco de Brahms en el violín, bastante bien interpretada por cierto. -Dejen a mi chico en paz, él me está ayudando a recolectar dinero, señores oficiales, así que si no me van a pagar ustedes por escuchar buena música mínimo no me molesten a mi ayudante. –Dijo el violinista sin dejar de tocar e hizo que los policías retrocedieran. Cuando el peligro se había alejado el violinista siguió interpretando la Danza Húngara y me guiñó el ojo mientras me alejaba y le hacía una seña de gratitud. Al atravesar el puente intenté no acercarme al callejón, pero era demasiado tarde, el ladrón de chamarra amarilla me tomó muy brusco de los hombros y a patadas me arrojó hacia dentro del callejón. Me pude librar de los policías pero no de los ladrones, para pronto el ladrón de chamarra azul llegó y me dio un golpe en el estómago que me sacó todo el aire. Caí de manos y solo vi las botas del líder que estaban frente a mí, me esperaba lo peor. Sentí la mano del ladrón rojo que me agarró de los cabellos y me levantó la cabeza. Me dio otra patada que me tiró de espaldas y me apuntó de nuevo con la navaja. -Estúpido escuincle ya echaste a perder todo, vi desde aquí como regresaste los juguetes que ya habías logrado robar, esto no te lo perdono –Acercó la navaja de golpe, todo estaba perdido ahora, sin embargo segundos antes de que me la pudiera clavar, de arriba cayó un bote de basura que le dio justo en la cabeza. Los dos cómplices y yo volteamos hacía arriba para ver de dónde había venido él golpe. Sobre unas cajas de madera estaba el viejo vagabundo sosteniendo otro bote de basura, traía puestos los guantes y la bufanda naranjas que le había dado. -¡Corre!, muchacho, ¡corre! –gritó el viejo entre risas que mostraban una enorme boca con pocos dientes tan amarillentos como su barba desalineada. -¡Es El loco Roll! –Gritó el ladrón azul con cierto miedo. -¡Esto no es asunto tuyo viejo loco! -dijo el dirigente rojo tratando de incorporarse después de semejante golpe que había recibido en la cabeza, pero en menos de lo que amenazó al vagabundo éste le lanzó el otro bote que le dio justo en la cara, con eso logró tumbarlo por fin. -¡Qué esperas muchacho! –gritó de nuevo El loco Roll entre risas desquiciadas mientras sostenía un huacal que arrojó sobre la cabeza del ladrón amarillo. En eso tomé el gorro que el líder rojo me había quitado al levantarme de los cabellos y corrí lo más rápido que pude. El ladrón azul intentó atraparme pero algún nuevo objeto arrojado por el indigente cayó sobre su hombro, ya ni si quiera me fijé que fue lo último que el viejo loco había soltado pero me había salvado la vida.

Invierno cromático. Parte 2: Merlina y el violinista escarlata.

En el camino de repente me topé con El loco Roll, así lo llamaban en toda la ciudad. El loco Roll era un indigente que, como su nombre lo dice, estaba orate y por eso las personas lo evadían o huían de él cuándo lo veían venir. Esta vez el vagabundo no gritaba cosas en la calle ni correteaba gente como de costumbre. Estaba sentado al principio de un callejón abrazándose a sí mismo porque no soportaba el frio, temblaba y veía hacia el suelo con una mirada de increíble tristeza. Me acerqué a él y vi sus manos ya moradas. Me quité los guantes y la bufanda que llevaba, los puse sobre su brazo derecho. Yo podía sobrevivir sin guantes a diferencia del pobre viejo, pero éste volteó a verme con mirada de sorpresa y arrojó los guantes al suelo en señal de no necesitar mi ayuda. Si de por sí ya me encontraba enojado, la actitud del vagabundo me hizo enojar más. No recogí los guantes, se los dejé en el suelo por si los quería tomar y me fui de ahí casi rojo del coraje. De pronto me dio hambre y casi frente al café saqué un volován de pavo, estaba a punto de comerlo cuando en la esquina cerca del café, se escuchaba música que llamó mi atención. Un singular hombre de casi uno ochenta de alto y muy delgado, vestido con un saco escarlata, al que le faltaba algo de pelo en el centro de la cabeza, pero lo tenía largo y desaliñado, tenía barba y bigote. Su complexión lo hacía ver como un extraño muñeco o un espantapájaros. Tocaba muy bien el violín, además su melodía era muy singular. Me quedé unos instantes escuchándolo como si estuviera hipnotizado, el misterioso hombre se percató de mi presencia y me miró con expresión un tanto arrogante. -¿Se te ofrece algo, chico? –me dijo -Solo llamó mi atención su forma de tocar –le contesté tratando de hacerme el indiferente. -Si pretendes seguir oyendo mi música tendrás que pagar. -Lo siento señor, no tengo monedas pero imaginé que la música se puede apreciar por el simple hecho de hacerlo –mi tono de voz comenzó a sonar molesto, pero al ver que en su estuche de instrumento colocado en el suelo para que le dieran dinero, estaba casi vacío sentí un poco de lástima por él.
El músico clavó la mirada en mi volován y me dijo –mira chico, el veinticuatro de diciembre siempre es muy duro para mí porque casi no hay gente por las calles ni en las plazas públicas. Hoy no estoy como para tocar gratis ¿entiendes? -Pues ¿qué no celebra usted Noche Buena y Navidad, no tiene familia con quién pasar? –Le respondí. -Son cosas que no te incumben chico, y ahora como no tienes monedas con qué pagarme ya te dije que no toco de gratis así que quiero tu volován. De cierto modo no me quedó otra opción que dárselo, por más furioso que pudiera sentirme debía comprender que al igual que yo el hombre se ganaba el pan día con día. Lo que no podía tragar era que a pesar de todo pusiera su arrogancia por delante. Le di mi volován de mala gana y me seguí para entrar al café, al voltear vi que sacaba un vasito con café recién comprado y comenzó a comerse el pan con su bebida caliente. Indignado, entré al establecimiento, esperaba que aún tuvieran la vacante. Había unas dos personas con rostros tristes sentadas en diferentes mesas y al fondo un joven elegante de aspecto hipster, de unos treinta años. Estaba haciendo unas cuentas en la barra, me acerqué a él y le dije que venía por el anuncio de turno nocturno. En ese momento su expresión cambió de enojo a suspiro. -Vaya hasta que llegó alguien, ¿Cuál es su nombre? –me dijo -Armando -Mira Armando, mi café atiende las veinticuatro horas pero necesitaba a un empleado que pudiera cubrir la Noche Buena. Por obvias razones, ninguno de mis meseros podía ahora y tendría que conseguirme a un judío, budista o persona que no celebrara Navidad ¿eres acaso budista, musulmán, o algo por el estilo? -No, señor –contesté -Perfecto, da igual, tienes el puesto. Atenderás desde las diez hasta la una de la mañana que regrese y por esta ocasión cerraré de dos de la mañana hasta las nueve, no creo que haya mucha gente a esas horas –el joven me dio indicaciones y a las diez se retiró en su auto último modelo para ir a festejar con su familia. El ambiente era tan aburrido y triste que me arrepentí de no haber traído algo con que entretenerme, un libro, una libreta para dibujar o cualquier cosa. Sentía más tedio que en la preparatoria. Seguido llegaban personas solitarias a las cuales atendía, pero no eran muchas. Era extraño que hubiesen personas a las que la Navidad les era indiferente. No creo que fueran budistas o judías como dijo el dueño del café, solo eran almas taciturnas que les daba igual si era veinticuatro de diciembre, primero de enero o catorce de febrero. Los nombres en sus calendarios seguramente se reducen a dos acontecimientos, rutina y monotonía, eran seres en su mayoría melancólicos, lo más triste es que fueran personas grises como yo. De pronto, todo cambió cuando a eso de las diez y media de la noche llegó una hermosa chica, se veía de mi edad. Vestía un abrigo azul, pantalones de mezclilla entubados y boina gris. Su cabello era castaño, lacio con un mechón rosa que saltó a la vista en cuanto se quitó el gorro, usaba lentes. Me quedé pasmado ante su presencia, ¿desde cuándo los ángeles caían en los espacios tan desolados?, pensé. De prisa le di la carta y me pidió un café americano, fui a la cocina por él. Cabe aclarar que en la cocina estaba otro pobre hombre explotado y solitario que se encargaba de preparar los cafés y las bebidas. Menos mal que no me tocaba todo a mí porque me habría vuelto loco, lo único que sé preparar es una taza con unas cucharadas de café soluble o una bolsa de té en agua caliente y de ahí en fuera no tengo la menor idea sobre el extraordinario mundo cafetero. Acabado el americano de la chica regresé y la encontré leyendo, después de servirle la taza me atreví a preguntarle si me podía sentar con ella un rato, creía que iba a rechazarme o algo parecido, pero accedió muy sonriente a que la acompañara. Por la escasa clientela no habría problema que tuviera oportunidad de platicar con la interesante chica. -¿Cómo te llamas? Mi nombre es Armando -Merlina, mucho gusto – dijo sonriendo. Vaya hasta su nombre era interesante. -¿A qué te dedicas, Merlina? Veo que te gusta mucho leer. -Sí, leo los cuentos de Julio Cortázar, estudio Letras Clásicas y mi vida ha ido siempre de la mano con los libros, desde niña me encerraba en las bibliotecas y devoraba los títulos. Por lo general cargo varios en mi maleta –la abrió y efectivamente traía uno de Conan Doyle y otro de Víctor Hugo. -Y a todo esto -le pregunté de pronto -¿Qué haces fuera de tu casa en plena Noche Buena? -A veces odio tanto a los míos, verás. Vengo de una familia adinerada, pero lo que tienen en abundancia lo tienen en arrogancia y cada que nos juntamos suelen ser más una guerra de egos que una reunión familiar. Entonces no quise soportarlos y decidí salirme a donde sea pero lejos de ellos. Rondaré por la ciudad hasta el amanecer si es posible. -¿No es muy arriesgado para una dama andar sola por la noche? –advertí. -Sé cuidarme sola, no te preocupes –me dijo mientras me guiñaba un ojo –y dime, Armando ¿por qué estás fuera de tu hogar trabajando en Noche Buena? -Quise salir de casa a ganar dinero extra y traerle una Navidad digna a mi familia, quiero comprarle un muñeco de Neutro Man a mi hermano, a mi mamá no le alcanza para comprárselo. La verdad no quiero ver a mi hermano menor desilusionado. Siento que si pierde las esperanzas desde ahora crecerá con una vida gris y será un joven frustrado como yo –dije agachando la mirada. Merlina me tomó de las manos y me dijo viéndome a los ojos –Es bueno que mantengas el color en tu hermano, pero también podrás recuperar ese color para dejar de ser ese ser gris que crees ser – Durante un rato estuvimos platicando sobre ella y sus problemas familiares, sobre mis sueños frustrados de estudiar Diseño Gráfico a causa de la falta de dinero, hablamos hasta sobre la fiebre de Neutro Man. De vez en cuando me paraba para atender a algún cliente. Así nos dio la una, la hora en que el dueño regresó, para ese entonces ya todos los clientes se habían desvanecido cual sombras entre la negrura urbana y solo quedábamos Merlina, yo y el cocinero que dormía en una silla adentro. Cuando el dueño se acercó Merlina se despidió de mí dándome un beso en la mejilla y desapareció con su moto entre las calles, estaba tan impresionado que no se me ocurrió pedirle su número celular. Quise darme un gran golpe en la frente al percatarme de este horrible detalle. Pero si las cosas no podían estar peor, después de haber limpiado todas las mesas y trapeado el lugar, el dueño llegó con mi paga después de haber mandado al cocinero a su casa. La caridad enorme del dueño fue de increíbles doscientos cincuenta pesos, es decir una reverenda grosería. El dichoso muñeco de Neutro Man costaba quinientos setenta pesos, además por el tiempo que había estado al menos merecía un poco más. -Y di que te fue bien, además ¿qué esperabas Armando? Solo atendiste de diez a una, las mesas y el piso no es dinero extra, así que anda, regresa con tu familia a seguir festejando. Increíble, la peor Noche Buena de mi vida, no podía creer que la maldad de la gente se viera reflejada aún más en esa fecha. Salí y el frío era más intenso, me había arrepentido de haberle dado mis guantes y mi bufanda a El loco Roll que además de todo los tiró al suelo, si me iba rápido a mi hogar no pasaría más frío y además ahí tenía otros guantes con bufanda. Corrí hacia mi casa entre revuelcos de frustración y enojo, por más esfuerzos que hice no pude traer la Navidad a casa, ¿por qué demonios no golpee al maldito dueño del café? Le habría roto sus enormes lentes hipsters en su cara y lo haría dejado ahí tirado en medio de la madrugada sangrando de la nariz.

Invierno cromático. Parte 1: Vida gris.

Por León Cuevas. Dedicado a mi tía Pilar Pérez Cuevas.
Un día más bajo la monótona y decadente existencia proyectada en mí sombra, si les explico un poco el cómo era mi vida van a comprender por qué me rodeaba de tanta energía negativa. Mi familia era pequeña y de pocos recursos económicos, tampoco moríamos de hambre ni salíamos en las portadas de “Un Kilo de Ayuda” o demás campañas, pero sí teníamos varias limitaciones. Mi madre y yo trabajábamos, entre los dos sosteníamos los estudios de mi hermano menor, ninguno de los tres miembros comía mal. Sin embargo, a mis veintiún años, no había tenido la posibilidad económica de estudiar la carrera de Diseño Gráfico, ya que es una licenciatura que requiere mucho presupuesto y gasto en materiales. Entonces trabajaba en una preparatoria pública como capturador de datos, el nombre es solo la forma amable para designar al chacho de las secretarias amargadas y gordas que contagian desánimo hasta con un “hola”. En fin, una Navidad más se acercaba y todo era desesperante felicidad capitalista. Para mí ya daba igual esa fecha, aunque mi mamá hacía lo posible para los tres la pasáramos bien. Recién había llegado a mi trabajo y vi todos los adornos corrientes colgados, de nada servía aparentar espíritu navideño con las caras de pocos amigos que cargaban las secretarias. Comencé mi trabajo de siempre, capturar planificaciones, calificaciones y diversas listas de cientos de maestros mediocres que se tardaban en entregar las cosas de manera puntual para subirlo a la base de datos. Uno tenía que corretear para que entregaran sus oficios porque, aparte de todo, si no lo hacían, las secretarias se enojaban conmigo como si fuera el culpable. El día se hacía tedioso excepto cuando alguna alumna guapa era llamada a dirección o iba a preguntar sobre algún informe, ya me había hecho amigo de varias, de vez en cuando las invitaba a salir, me esperaban afuera de la prepa a que terminara mi turno, eso si no me detenían una hora más para subir más datos atrasados o hacer trabajos que no me correspondían. Mi hora de salida era justo a las cuatro de la tarde, pero si me encargaban trabajos extras de los que no podía repelar, llegaba a salir hasta las siete de la noche y sin siquiera probar un bocado de comida. ¿Ahora entienden por qué la amargura y la pesadumbre eran mis compañeras cotidianas? ¿cómo no querían que sintiera indiferencia ante las fechas festivas? Una Navidad más, una menos, ¿qué importa? Esa era la ruleta opaca de mi vida, la que no podía llenarse con ningún color, el color en estas épocas se compra con dinero y por eso los que batallan con él, deben aguantar una vida gris. Una tarde después de que me habían retenido hasta las cinco y media, caminaba hacia mi parada del camión, cuando en el aparador de la tienda de arte vi una hermosa caja de colores de madera profesionales. El precio, de casi mil pesos, era muy distante de mi bolsillo. Un elemento más para frustrarme en él día. Me acerqué al vidrio de la tienda y recargué mis manos como esos niños que esperan frente a los vidrios de las panaderías para que les avienten un bolillo. Me fui a casa, con el pensamiento clavado en esa hermosa caja. ¿Era mucho pedir? Lo único que hacía en mis pocos momentos libres era dibujar, solo tenía unos lápices profesionales que hace un año mi mamá me había regalado de cumpleaños con mucho esfuerzo, y ahora están por agotarse. No me arrepiento de haberles dado un buen uso, pero veo con sufrimiento como están por llegar a su fin. Si es difícil adquirir una caja de lápices profesionales, más complicado va a ser una de colores que contienen una gama extensa de hermosos tonos, eso sí podría colorear mi invierno crudo. Llegué a casa, mi familia ya había comido y mi mamá regresó a su segundo trabajo. Ella se ocupaba de intendente en una primaria por las mañanas y en las tardes como cajera de un mini súper. Mi hermano veía la tele, me acerqué a la mesa para calentar lo que me habían dejado de comida. Mientras consumía el alimento se escuchaban de fondo los especiales navideños que pasaban sin parar en la programación televisiva y de pronto comenzó el programa favorito de todos los niños en esos tiempos: Neutro Man, un súper héroe con disfraz verde y con poderes atómicos, nada novedoso, pero era el héroe de moda. Al terminar el programa se acercó Luís, mi hermano, se sentó conmigo en la mesa, había terminado de comer y estaba dibujando. Tenía un aspecto triste. -Quisiera el muñeco de Neutro Man como regalo de Santa Claus Armando –dijo recargado sobre la mesa. -No eres el único que desea algo que no puede tener –le dije de una manera fría. -Eres malo, Armando –me dijo con expresión de mala sorpresa y lo puse a hacer la tarea. Durante la semana, fue otra rutina más hacia el trabajo y de regreso a casa, lo único bueno es que era ya la última jornada para ir a vacaciones de Navidad. Por su puesto, cómo era un empleado sin licenciatura no gozaba de aguinaldo ni otras prestaciones, así que tenía que conformarme con recibir un sueldo mínimo, muy bajo. Siempre veía en el camino aquella hermosa caja de colores y me ponía triste al no poder tenerla, imaginaba las maravillas que podía hacer con esos materiales. Pero ni modo, nacen personas con suerte y otras no. Llegaron las vacaciones y con ellas el día veinticuatro de diciembre, la Noche Buena. Caminaba en dirección a casa cuando a cinco cuadras vi un café, solicitaban empleado urgente para las diez de la noche. Pensé de pronto en que podía tomar ese trabajo y juntar para comprarme mi regalo de Navidad, esa caja de colores. Me quedé parado frente al anuncio de solicitud, de pronto me vino a la mente una idea más caritativa: juntar para comprarle el muñeco de Neutro Man a Luís, pero dejé de pensar tanto y fui corriendo a casa porque la temperatura bajaba y no iba muy bien abrigado. Eran las ocho de la noche y nos reunimos a cenar, mi mamá logró comprar algo de espagueti y volovanes rellenos de pavo, no tendríamos una celebración tan ostentosa como todas las demás familias, pero la cena estaba deliciosa. Platicábamos los tres bastante a gusto hasta que mi hermano menor tuvo que arruinarlo al hablar sobre Neutro Man y preguntó a mi mamá que si Santa Claus le traería un muñeco de ese súper héroe. Mi madre me volteó a ver un instante y en su mirada vi una expresión de tristeza, era de esperarse que no le había alcanzado para el muñeco. -Mira pequeño –le dijo –a veces Santa Claus no puede llegar a las casas de todos los niños, tiene tanto trabajo que no alcanza a dejar todos los encargos en una sola noche, por eso hay Navidades en las que te llegan regalos y Navidades en las que no. Pero ten fe, esta noche verás que puedes recibir una sorpresa bonita. La bondad de mi mamá es grande, pero a veces perjudica en lugar de ayudar, el imaginar la cara de desilusión de mi hermano al no ver nada bajo el árbol fue una fotografía muy cruel en mi mente. En ese momento paré de comer y me levanté de la mesa. -Voy a tomar un trabajo nocturno que ofrecen en un café a cinco cuadras mamá, estaré toda la noche trabajando, llego para la mañana del veinticinco – dije con tono enojado. -Armando no te vayas estamos conviviendo –mi mamá se levantó de la mesa e intentó detenerme, pero rápido me puse el abrigo, un juego de guantes, gorro y bufanda color naranjas y salí a solicitar el trabajo en el café, tomé un par de volovanes, los envolví en una servilleta para comer si me daba hambre. Estaba dispuesto a ganar algo para comprar el regalo de mi hermano en La Gran Juguetería que se ubicaba cerca del centro, la cual abrían toda la noche y madrugada. Salí corriendo dispuesto a traer de algún modo la Navidad a mi casa cuando regresara al amanecer. Aunque había cometido la atrocidad de abandonar a mi propia familia en la cena de Noche Buena sin más explicación que una oportunidad de trabajo nocturno.