miércoles, 24 de diciembre de 2014

Invierno cromático. Parte 3: El ladrón rojo.

De regreso a casa me topé con un trío de hombres que no tenían un aspecto confiable, los tres vestían con chamarras gruesas, uno color azul, otro de amarillo y otro color rojo. Lo que me faltaba esa noche era que me asaltara ese trío de maleantes, sin embargo pasé desapercibido. De pronto, escuché algo que me pareció un tanto interesante. Los hombres planeaban entrar por atrás de la bodega de La Gran Juguetería y robar los últimos muñecos de Neutro Man para venderlos más caros en el transcurso de Navidad y el seis de enero, Día de Reyes. Era el negocio perfecto, pues el muñeco del súper héroe incrementaría su precio en el mercado a partir de la mañana del veinticinco. De momento tenía mucho frío y doscientos cincuenta miserables pesos en la bolsa, debía llegar para dormir aunque no tenía nada de sueño, más bien tenía dolor de estómago, demasiadas emociones fuertes habían recaído sobre mí. Al llegar a casa en medio del silencio absoluto llegué a la mesa del comedor, había una nota que decía “Te queremos Armando”. No sabía que sentir en ese momento pero me invadió una idea desesperada. Dejé mis doscientos cincuenta sobre el recado, fui al botiquín en el baño a tomar una pastilla para el dolor, sin hacer el menor ruido, tomé de mi cuarto otro par de guantes y una bufanda, esta vez de eran de tonos negros como mis pensamientos en esos instantes. Estaba decidido a ayudar a los ladrones. La Gran Juguetería no estaba lejos de mi casa, por mucho a unas cuatro cuadras y atravesando el puente del río. Lo mejor era correr hacia allá y encontrármelos afuera de la bodega para proponerles mi ayuda. Salí de casa sin hacer ruido y corrí en la espesa negrura de las 2 am. Atravesé las cuatro cuadras y el puente para llegar y de lejos pude ver a los ladrones de juguetes afuera de la bodega. Corrí hacia ellos y de manera valiente los afronté. Los dos cómplices, el de chamarra azul y el de chamarra amarilla me agarraron de golpe, así dieron paso a que el líder de chamarra roja sacara una navaja y me apuntara al cuello con el filo. Noté en su cara que le adornaba una pequeña cicatriz en la mejilla, su barba era cerrada y su cabello lacio. Para ser la cabecilla de una banda de ladrones no tenía un aspecto horrendo como solemos pensar de cualquier rufián, incluso era un galante de unos treinta, la misma edad del hipster dueño del café. -¿Por qué nos sigues maldito mocoso? –Me dijo sin quitarme el filo de la navaja. -Quiero hacer un trato con ustedes, no pude evitar escuchar sus planes y quiero ayudarles a robar los muñecos de la bodega, solo pido a cambio que me dejen llevarme uno para mi hermano –Al decir esto los tres hombres se vieron entre sí e hicieron una seña de afirmación. Los dos cómplices me soltaron dejándome caer al suelo. El líder se agachó, me agarró de la bufanda y me volvió a apuntar con la navaja, esta vez al ojo derecho. -Mira muchachito, aceptamos tu trato. Tú entras a la bodega, te llevas los muñecos de Neutro Man y nosotros te esperamos al otro lado del puente, nos das los juguetes y te llevas uno de comisión por ayudarnos. Te llevarás este costal –agarró un costal gris que le dio el cómplice de chamarra azul –aquí vas a meterlos y con estas pinzas vas a romper el candado. La maniobra no fue tan difícil como parecía a pesar del temblor de mis piernas por el miedo. Abrí el candado con las pinzas y me escurrí en la bodega. Tras la puerta al fondo se veía la luz de la tienda que aún estaba en función, La Gran Juguetería abría toda la noche del veinticuatro y madrugada del veinticinco para los padres que compran todo a la mera hora. Así que debía apresurarme antes de que los empleados o algún policía entraran a la bodega. Pronto encontré los muñecos del súper héroe, seguro solo tenían unos cinco en el mostrador y los demás se encontraban aparte. No tenía tiempo para pensar en eso, todo debía ser muy rápido. Metí los juguetes al costal y salí lo más pronto de ahí, había sido un robo perfecto, no creía que robar juguetes fuera una labor tan fácil. Al salir disimulé cerrando el candado con los guantes para no dejar huellas digitales y corrí a toda prisa para el puente, sin embargo fui sorprendido, pero no por un guardia de seguridad o algún empleado enfurecido de la juguetería. Quien me interceptó fue el excéntrico y larguirucho violinista que como fantasma salió de entre las sombra. -¿Qué haces chico? –dijo –lo vi todo, los ladrones de juguetes te usaron como su carnada perfecta, la policía de la bodega puede llegar en menos de lo que cruzas ese puente, ellos son robadores profesionales, saben cómo escaparse. Incluso cuando los veas en ese callejón en donde te esperan y ahí los sorprenden, ellos te podrían arrojar mientras huyen, tú eres solo la carnada y no van a ver por ti. Además tú no eres así, no tienes porqué rebajarte a hacer esto. Tienes un corazón bueno y cuando se tiene algo tan valioso lo menos que cabe en él son las maniobras ínfimas. Te sugiero que regreses esos juguetes antes de que la policía descubra anomalías y polizontes, si no lo haces podrías pasar Navidad y Año Nuevo en la cárcel. –Tras escuchar las palabras del violinista sentí un horrible vértigo helado. Corrí de nuevo hacia la bodega sin decirle una sola palabra al músico, abrí de nuevo el candado que ya estaba sin forjar, entré corriendo esta vez y derramé con cuidado los muñecos sobre el suelo, agarré el costal vacío y salí de la bodega volviendo a cerrar con cuidado el candado, se seguía escuchando mucho movimiento dentro de la tienda, aún había muchos papás en busca de juguetes y videojuegos para que amanecieran bajo el árbol. Al correr hacia el puente por segunda vez fui sorprendido de nuevo pero ahora si venían policías hacia mí, por poco y me orinaba del terror, me paré en seco cuando me gritaron que lo hiciera. Me preguntaron a gritos que ¿qué estaba haciendo ahí? Sin embargo en ese momento se escuchó de fondo la Danza Húngara número cinco de Brahms en el violín, bastante bien interpretada por cierto. -Dejen a mi chico en paz, él me está ayudando a recolectar dinero, señores oficiales, así que si no me van a pagar ustedes por escuchar buena música mínimo no me molesten a mi ayudante. –Dijo el violinista sin dejar de tocar e hizo que los policías retrocedieran. Cuando el peligro se había alejado el violinista siguió interpretando la Danza Húngara y me guiñó el ojo mientras me alejaba y le hacía una seña de gratitud. Al atravesar el puente intenté no acercarme al callejón, pero era demasiado tarde, el ladrón de chamarra amarilla me tomó muy brusco de los hombros y a patadas me arrojó hacia dentro del callejón. Me pude librar de los policías pero no de los ladrones, para pronto el ladrón de chamarra azul llegó y me dio un golpe en el estómago que me sacó todo el aire. Caí de manos y solo vi las botas del líder que estaban frente a mí, me esperaba lo peor. Sentí la mano del ladrón rojo que me agarró de los cabellos y me levantó la cabeza. Me dio otra patada que me tiró de espaldas y me apuntó de nuevo con la navaja. -Estúpido escuincle ya echaste a perder todo, vi desde aquí como regresaste los juguetes que ya habías logrado robar, esto no te lo perdono –Acercó la navaja de golpe, todo estaba perdido ahora, sin embargo segundos antes de que me la pudiera clavar, de arriba cayó un bote de basura que le dio justo en la cabeza. Los dos cómplices y yo volteamos hacía arriba para ver de dónde había venido él golpe. Sobre unas cajas de madera estaba el viejo vagabundo sosteniendo otro bote de basura, traía puestos los guantes y la bufanda naranjas que le había dado. -¡Corre!, muchacho, ¡corre! –gritó el viejo entre risas que mostraban una enorme boca con pocos dientes tan amarillentos como su barba desalineada. -¡Es El loco Roll! –Gritó el ladrón azul con cierto miedo. -¡Esto no es asunto tuyo viejo loco! -dijo el dirigente rojo tratando de incorporarse después de semejante golpe que había recibido en la cabeza, pero en menos de lo que amenazó al vagabundo éste le lanzó el otro bote que le dio justo en la cara, con eso logró tumbarlo por fin. -¡Qué esperas muchacho! –gritó de nuevo El loco Roll entre risas desquiciadas mientras sostenía un huacal que arrojó sobre la cabeza del ladrón amarillo. En eso tomé el gorro que el líder rojo me había quitado al levantarme de los cabellos y corrí lo más rápido que pude. El ladrón azul intentó atraparme pero algún nuevo objeto arrojado por el indigente cayó sobre su hombro, ya ni si quiera me fijé que fue lo último que el viejo loco había soltado pero me había salvado la vida.

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