miércoles, 24 de diciembre de 2014

Invierno cromático. Parte 2: Merlina y el violinista escarlata.

En el camino de repente me topé con El loco Roll, así lo llamaban en toda la ciudad. El loco Roll era un indigente que, como su nombre lo dice, estaba orate y por eso las personas lo evadían o huían de él cuándo lo veían venir. Esta vez el vagabundo no gritaba cosas en la calle ni correteaba gente como de costumbre. Estaba sentado al principio de un callejón abrazándose a sí mismo porque no soportaba el frio, temblaba y veía hacia el suelo con una mirada de increíble tristeza. Me acerqué a él y vi sus manos ya moradas. Me quité los guantes y la bufanda que llevaba, los puse sobre su brazo derecho. Yo podía sobrevivir sin guantes a diferencia del pobre viejo, pero éste volteó a verme con mirada de sorpresa y arrojó los guantes al suelo en señal de no necesitar mi ayuda. Si de por sí ya me encontraba enojado, la actitud del vagabundo me hizo enojar más. No recogí los guantes, se los dejé en el suelo por si los quería tomar y me fui de ahí casi rojo del coraje. De pronto me dio hambre y casi frente al café saqué un volován de pavo, estaba a punto de comerlo cuando en la esquina cerca del café, se escuchaba música que llamó mi atención. Un singular hombre de casi uno ochenta de alto y muy delgado, vestido con un saco escarlata, al que le faltaba algo de pelo en el centro de la cabeza, pero lo tenía largo y desaliñado, tenía barba y bigote. Su complexión lo hacía ver como un extraño muñeco o un espantapájaros. Tocaba muy bien el violín, además su melodía era muy singular. Me quedé unos instantes escuchándolo como si estuviera hipnotizado, el misterioso hombre se percató de mi presencia y me miró con expresión un tanto arrogante. -¿Se te ofrece algo, chico? –me dijo -Solo llamó mi atención su forma de tocar –le contesté tratando de hacerme el indiferente. -Si pretendes seguir oyendo mi música tendrás que pagar. -Lo siento señor, no tengo monedas pero imaginé que la música se puede apreciar por el simple hecho de hacerlo –mi tono de voz comenzó a sonar molesto, pero al ver que en su estuche de instrumento colocado en el suelo para que le dieran dinero, estaba casi vacío sentí un poco de lástima por él.
El músico clavó la mirada en mi volován y me dijo –mira chico, el veinticuatro de diciembre siempre es muy duro para mí porque casi no hay gente por las calles ni en las plazas públicas. Hoy no estoy como para tocar gratis ¿entiendes? -Pues ¿qué no celebra usted Noche Buena y Navidad, no tiene familia con quién pasar? –Le respondí. -Son cosas que no te incumben chico, y ahora como no tienes monedas con qué pagarme ya te dije que no toco de gratis así que quiero tu volován. De cierto modo no me quedó otra opción que dárselo, por más furioso que pudiera sentirme debía comprender que al igual que yo el hombre se ganaba el pan día con día. Lo que no podía tragar era que a pesar de todo pusiera su arrogancia por delante. Le di mi volován de mala gana y me seguí para entrar al café, al voltear vi que sacaba un vasito con café recién comprado y comenzó a comerse el pan con su bebida caliente. Indignado, entré al establecimiento, esperaba que aún tuvieran la vacante. Había unas dos personas con rostros tristes sentadas en diferentes mesas y al fondo un joven elegante de aspecto hipster, de unos treinta años. Estaba haciendo unas cuentas en la barra, me acerqué a él y le dije que venía por el anuncio de turno nocturno. En ese momento su expresión cambió de enojo a suspiro. -Vaya hasta que llegó alguien, ¿Cuál es su nombre? –me dijo -Armando -Mira Armando, mi café atiende las veinticuatro horas pero necesitaba a un empleado que pudiera cubrir la Noche Buena. Por obvias razones, ninguno de mis meseros podía ahora y tendría que conseguirme a un judío, budista o persona que no celebrara Navidad ¿eres acaso budista, musulmán, o algo por el estilo? -No, señor –contesté -Perfecto, da igual, tienes el puesto. Atenderás desde las diez hasta la una de la mañana que regrese y por esta ocasión cerraré de dos de la mañana hasta las nueve, no creo que haya mucha gente a esas horas –el joven me dio indicaciones y a las diez se retiró en su auto último modelo para ir a festejar con su familia. El ambiente era tan aburrido y triste que me arrepentí de no haber traído algo con que entretenerme, un libro, una libreta para dibujar o cualquier cosa. Sentía más tedio que en la preparatoria. Seguido llegaban personas solitarias a las cuales atendía, pero no eran muchas. Era extraño que hubiesen personas a las que la Navidad les era indiferente. No creo que fueran budistas o judías como dijo el dueño del café, solo eran almas taciturnas que les daba igual si era veinticuatro de diciembre, primero de enero o catorce de febrero. Los nombres en sus calendarios seguramente se reducen a dos acontecimientos, rutina y monotonía, eran seres en su mayoría melancólicos, lo más triste es que fueran personas grises como yo. De pronto, todo cambió cuando a eso de las diez y media de la noche llegó una hermosa chica, se veía de mi edad. Vestía un abrigo azul, pantalones de mezclilla entubados y boina gris. Su cabello era castaño, lacio con un mechón rosa que saltó a la vista en cuanto se quitó el gorro, usaba lentes. Me quedé pasmado ante su presencia, ¿desde cuándo los ángeles caían en los espacios tan desolados?, pensé. De prisa le di la carta y me pidió un café americano, fui a la cocina por él. Cabe aclarar que en la cocina estaba otro pobre hombre explotado y solitario que se encargaba de preparar los cafés y las bebidas. Menos mal que no me tocaba todo a mí porque me habría vuelto loco, lo único que sé preparar es una taza con unas cucharadas de café soluble o una bolsa de té en agua caliente y de ahí en fuera no tengo la menor idea sobre el extraordinario mundo cafetero. Acabado el americano de la chica regresé y la encontré leyendo, después de servirle la taza me atreví a preguntarle si me podía sentar con ella un rato, creía que iba a rechazarme o algo parecido, pero accedió muy sonriente a que la acompañara. Por la escasa clientela no habría problema que tuviera oportunidad de platicar con la interesante chica. -¿Cómo te llamas? Mi nombre es Armando -Merlina, mucho gusto – dijo sonriendo. Vaya hasta su nombre era interesante. -¿A qué te dedicas, Merlina? Veo que te gusta mucho leer. -Sí, leo los cuentos de Julio Cortázar, estudio Letras Clásicas y mi vida ha ido siempre de la mano con los libros, desde niña me encerraba en las bibliotecas y devoraba los títulos. Por lo general cargo varios en mi maleta –la abrió y efectivamente traía uno de Conan Doyle y otro de Víctor Hugo. -Y a todo esto -le pregunté de pronto -¿Qué haces fuera de tu casa en plena Noche Buena? -A veces odio tanto a los míos, verás. Vengo de una familia adinerada, pero lo que tienen en abundancia lo tienen en arrogancia y cada que nos juntamos suelen ser más una guerra de egos que una reunión familiar. Entonces no quise soportarlos y decidí salirme a donde sea pero lejos de ellos. Rondaré por la ciudad hasta el amanecer si es posible. -¿No es muy arriesgado para una dama andar sola por la noche? –advertí. -Sé cuidarme sola, no te preocupes –me dijo mientras me guiñaba un ojo –y dime, Armando ¿por qué estás fuera de tu hogar trabajando en Noche Buena? -Quise salir de casa a ganar dinero extra y traerle una Navidad digna a mi familia, quiero comprarle un muñeco de Neutro Man a mi hermano, a mi mamá no le alcanza para comprárselo. La verdad no quiero ver a mi hermano menor desilusionado. Siento que si pierde las esperanzas desde ahora crecerá con una vida gris y será un joven frustrado como yo –dije agachando la mirada. Merlina me tomó de las manos y me dijo viéndome a los ojos –Es bueno que mantengas el color en tu hermano, pero también podrás recuperar ese color para dejar de ser ese ser gris que crees ser – Durante un rato estuvimos platicando sobre ella y sus problemas familiares, sobre mis sueños frustrados de estudiar Diseño Gráfico a causa de la falta de dinero, hablamos hasta sobre la fiebre de Neutro Man. De vez en cuando me paraba para atender a algún cliente. Así nos dio la una, la hora en que el dueño regresó, para ese entonces ya todos los clientes se habían desvanecido cual sombras entre la negrura urbana y solo quedábamos Merlina, yo y el cocinero que dormía en una silla adentro. Cuando el dueño se acercó Merlina se despidió de mí dándome un beso en la mejilla y desapareció con su moto entre las calles, estaba tan impresionado que no se me ocurrió pedirle su número celular. Quise darme un gran golpe en la frente al percatarme de este horrible detalle. Pero si las cosas no podían estar peor, después de haber limpiado todas las mesas y trapeado el lugar, el dueño llegó con mi paga después de haber mandado al cocinero a su casa. La caridad enorme del dueño fue de increíbles doscientos cincuenta pesos, es decir una reverenda grosería. El dichoso muñeco de Neutro Man costaba quinientos setenta pesos, además por el tiempo que había estado al menos merecía un poco más. -Y di que te fue bien, además ¿qué esperabas Armando? Solo atendiste de diez a una, las mesas y el piso no es dinero extra, así que anda, regresa con tu familia a seguir festejando. Increíble, la peor Noche Buena de mi vida, no podía creer que la maldad de la gente se viera reflejada aún más en esa fecha. Salí y el frío era más intenso, me había arrepentido de haberle dado mis guantes y mi bufanda a El loco Roll que además de todo los tiró al suelo, si me iba rápido a mi hogar no pasaría más frío y además ahí tenía otros guantes con bufanda. Corrí hacia mi casa entre revuelcos de frustración y enojo, por más esfuerzos que hice no pude traer la Navidad a casa, ¿por qué demonios no golpee al maldito dueño del café? Le habría roto sus enormes lentes hipsters en su cara y lo haría dejado ahí tirado en medio de la madrugada sangrando de la nariz.

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