miércoles, 8 de julio de 2015

A Clarisa

El problema no fue enamorarme de una jovencita de dieciséis años, ni de que fuera una familiar mía, tampoco enamorarme de una persona de mí mismo sexo, el embrollo fue haberme fijado en una chica que tiene una total repulsión hacia mí. Aún no sé muy bien como soy físicamente, jamás he podido verme, no puedo moverme ni hablar, pero tengo consciencia. Tal vez soy una inválida y siempre escuché a mis papás decir que a los inválidos se les ve con asco, tal vez sea por eso que Clarisa, mi hermana, no se quiera acercar a mí. Desde que recuerdo, mis papás me mantenían durmiendo casi todo el tiempo en un cuarto semivacío en donde solo hay unos muebles y unas cuantas cajas. Ellos entraban aquí seguido para llevarse algunas cosas, a veces dejaban la puerta abierta y así podía observar cuando pasaba Clarisa cargando a Toto, su perro mini toy. No sé bien que fue lo que más me atrajo de ella, tal vez su inocencia, la manera en cómo se paseaba por el pasillo luciendo la minifalda gris de su uniforme con su boina del mismo tono, su cabello ondulado oscuro que le llegaba hasta la cintura, sus ojos de color verde, sus facciones finas, sus delicadas manos con dedos largos. En ocasiones a distancia del cuarto veía como jugaba con Toto, era hermoso mirarla con atención. Una vez aquel perrito se metió a mi cuarto y ella prefirió no ir por el con tal de no encontrarse conmigo, desde afuera me vio con ese repudio y hasta esa mirada era dulce aunque fuera tan fría. Toto en cambio me ladraba como si me invitase a jugar; es verdad que los animales no tienen prejuicio sobre el aspecto, ellos quieren incondicionalmente a cualquiera, sea enano, gigante, deforme, feo o una vegetal como yo. En una ocasión escuché que mis papás le mencionaron a Clarisa que en donde estaba iba a ser ahora su cuarto, porque el suyo se lo iban a dar al nuevo hermanito que venía en camino. Entonces ella dijo que quería exterminarme porque no me soportaba, no podía creer que haya sido tan cruel como para tomar aquella decisión. Mis papás siempre le insistieron desde niña que no me rechazara, incluso pensaban que era infantil que me siguiera evitando a esa edad. Tampoco entendía porque todos estos años había sido así conmigo. Yo inmóvil y de manera serena, la vi crecer, fue así como poco a poco me fui enamorando. Sin embargo, ella me odió desde bebé, siempre le parecí insoportable. Lo más increíble de todo fue cuando mis papás accedieron a su horrendo capricho de eliminarme, eso me dolió mucho. En esos días estuvieron sacando las cajas y uno que otro mueble para meter las pertenencias de mi amada, pero antes iba a ser mi gran exterminio. De eso se iba a encargar mi papá, ya que mamá llevaba avanzados sus meses de embarazo y no le correspondía el trabajo duro. Aquella ocasión, como siempre, dormí casi todo el día y fui despertando entre las siete y las ocho de la noche, sin embargo presentía que esa noche era la que habían elegido para matarme. A eso de las diez, papá ya estaba listo para terminar conmigo, sentía mucho miedo, también sentía una gran impotencia y tristeza. Era tan injusto que no pudiera moverme y no pudiera decidir por mí misma. Mi propia familia era cruel, nunca me quisieron en realidad, solo que papá y mamá lo disimulaban, entraban a mi cuarto ignorándome, pero al menos no con temor. Clarisa en cambio fue más sincera en ese aspecto. Aún no puedo creer como es que me fijé en ella, pero ese es el chiste del amor; voltear a ver a quien más te rechaza para elegir el dolor que te mantiene dando vueltas. Mi papá entró a mi cuarto con él arma, atrás de él venía Clarisa cargando a Toto y se quedó en la entrada, no pensaba penetrar hasta que papá me matara. Aunque iba a presenciar con cierto horror el suceso, abrazó fuerte al perrito y cerró los ojos. Papá llevaba él objeto para asesinar en la mano izquierda, se paró de puntitas, estiró el brazo y lo colocó cambiando el anterior que se había fundido años atrás, acto seguido prendió un interruptor y dejé de existir. Sin embargo cada que movían un botón regresaba a la vida, recordé entonces que eso me pasaba antes de que naciera Clarisa. Durante los primeros años que mi amada ocupó mi cuarto, me exterminaban hasta que ella se quedara dormida y mamá moviera el botón del interruptor que me hacía volver, así tenía algo de tiempo para contemplarla, a pesar de que me percaté de su inmadurez al temerme, seguía amándola. Cuando me perdió el miedo fue cuando esperaba a que mis papás se durmieran y entonces dejaba pasar a escondidas a un extraño que trepaba por la ventana. Entonces presenciaba con dolor como se besaban frente a mí, algunas veces como lo hacían sin ropa. En ocasiones, mis papás se iban de casa, decían que a visitar a los abuelos, se llevaban a mi hermanito pequeño, quien por cierto, también me veía con repulsión. Clarisa entonces se quedaba sola y recibía con más calma al tipejo ese desde la puerta y no de la ventana. Entraban al cuarto y el muy imbécil la penetraba, y yo, de nuevo, inválida e impotente solo observaba. Habría preferido que Clarisa me siguiera temiendo a sus veintidós años y que ocupara ese interruptor para que al menos no sintiera ese profundo tormento.